Hay que reconocer que Pere Aragonès, tras la espantada de sus socios de Junts x Puchi, ha recompuesto rápidamente su gobiernillo, aprovechando, de paso, para enviar un mensaje a los fugados cuyo subtexto sería algo parecido a esto: “Vosotros os vais, pero me da igual porque tengo cola de gente para incorporarse a mi Ejecutivo”. En un periquete, el Petitó de Pineda ha fichado a un convergente de los de toda la vida (Carles Campuzano), a un antiguo sociata que no le hacía ascos a lo del derecho a decidir (Joaquim Nadal) y a una exmilitante de Podemos, partido que no está a favor de la independencia de Cataluña ni tampoco en contra, sino todo lo contrario (Gemma Ubasart), tres elementos de un lazismo muy moderado que le vienen de perlas para plantear el fantasma de un nuevo y posible tripartito. La reacción de los cesantes ha sido inmediata: abalanzarse a las redes sociales para denunciar la supuesta falta de legitimidad del Gobierno Aragonès, apoyándose en la evidencia de que con sus treinta y pico escaños difícilmente puede optar a representar al pueblo de Cataluña, por lo que más le valdría convocar elecciones cuanto antes. Cada uno lo ha hecho a su manera: Turull, revelando que Campuzano le comentó recientemente que había que olvidarse de la independencia (¡traidor, botifler!); Borràs, ofreciendo su dimisión a cambio de la de Aragonès (intuyo que se refiere a la de su cargo de presidenta del Parlamento regional, como si no se hubiera enterado de que ya no lo ocupa porque se lo soplaron por presunta corrupción); Puigdemont, saliéndose un poco por la tangente (los renglones torcidos de Dios, ya se sabe), organizando un aquelarre antiespañol para el 12 de octubre titulado Cataluña con México: Que España pida perdón por la colonización, que permite al lazi medio sentirse indio por un día y que ha necesitado los esfuerzos conjuntos del Consell de la República, el capítulo mexicano de la ANC y el Colectivo Tupac Amaru (¿o era Tupac Shakur?).
No sé si el Niño Barbudo se va a ver obligado a convocar elecciones antes de tiempo, pero es evidente que los aturullados le van a hacer la vida imposible a partir de ahora por tierra, mar, aire y redes sociales. Entre otros motivos porque, en su delirio, creen que la gente no ve la hora de votarles para que vuelvan a la Generalitat e implementen la independencia derivada del mandato del 1 de octubre: basta con darle un poco más de cuerda al traidor de Aragonès para que acabe ahorcándose con ella, ¿verdad?
No exactamente. ERC ya se ha convertido definitivamente, gracias a la fuga de Junts x Cat, en la nueva Convergencia, en el partido que aspira a representar a la mayoría de los catalanes que sí, de acuerdo, puede que aspiren a la independencia, pero ya se han hecho a la idea de que la cosa va para largo y mientras tanto hay que ir gestionando el día a día. El botifler Campuzano, por otra parte, no es el único miembro del gobiernillo que se ha dado cuenta de que la independencia ni está ni se la espera: yo diría que a esa misma conclusión ha llegado todo ERC, donde se impone ese concepto del protestantismo según el cual es lícito vivir bien en este mundo, sin tener que pasarlas canutas como esos católicos que solo serán felices en el Más Allá. Junts x Puchi vive soñando en el Más Allá. ERC prefiere centrarse en el Más Acá y, siguiendo el ejemplo de Dale Carnegie, quiere ganar amigos e influir en la sociedad.
Ya puestos, podrían reconocerlo públicamente y dejar de dar la chapa con sus supuestas pretensiones independentistas, en las que ellos son los primeros en no creer. De momento, se mezclan los berridos soberanistas (en voz cada vez más baja) con la gestión autonomista, para la que, como acabamos de ver, se puede recurrir tranquilamente a convergentes, sociatas y podemitas; básicamente, a cualquiera que no esté a las órdenes del Hombre del Maletero, al que consideran intratable, ¡y con razón!
De momento, los cesantes se encuentran con un conato de tripartito. Y no es que necesiten mucha ayuda para echar espuma por la boca, pero nunca viene mal un estímulo suplementario.