Todo el mundo sabe que no amenaza quien quiere, sino quien puede. Todo el mundo menos el actual mandamás de Junts x Cat (en ausencia forzada del gurú de Waterloo), Jordi Turull, el personaje más relevante (dentro de un orden) del célebre trío cómico Rull, Turull y Tururull. Turull, cuyo partido se desmorona lentamente y ejerce de pariente pobre del gobiernillo catalán, ha tenido el cuajo de lanzarle un ultimátum a Pere Aragonès (cuyo partido, ERC, se dispara en las encuestas, aunque uno no entienda muy bien por qué; o sí: porque ha vuelto al autonomismo y a una cierta sensatez solo interrumpida por algunas salidas de pata de banco procesistas de cara a la galería).
El trillizo Tururull ha venido a decir que no le gusta nada cómo lleva ERC el tema de la independencia, añadiendo que “no podemos seguir así” y amenazando con abandonar el gobierno regional (como si alguien lo fuera a echar de menos).
Yo diría que Aragonès no ve la hora de perder de vista a Junts x Cash y a la CUP, y es muy posible que ya tenga redactada una lista de posibles socios alternativos para mantenerse en el sillón. Ajeno a todo eso, Turull se pone farruco y exige pasos concretos hacia la independencia, aunque sin especificarlos.
Ocasión aprovechada por el Petitó de Pineda para sugerirle que presente su hoja de ruta hacia la libertad del terruño, que, evidentemente, leerá con suma atención. Aragonès hace un poco de trampa, pues sabe que Turull no tiene hoja de ruta ni plan de ningún tipo y habla por hablar y por parecer más importante de lo que es. Por eso no se ha tomado la molestia ni de contestarle directamente, sino que lo ha hecho a través de la portavoz del gobiernillo, Patrícia Plaja, a la que felicito desde aquí por el excelente bronceado conseguido durante sus vacaciones estivales.
Aunque algo churrosa, Aragonès tiene algo parecido a una agenda internacional, como acaba de demostrar con esa visita a Francia en la que le ha dado plantón el ministro de exteriores (se ha tenido que conformar con lloriquearles un poco a los máximos representantes de Córcega y la isla de Guadalupe) y ha encajado un rapapolvo de otro notorio político francés por sus (supuestas) aspiraciones separatistas (en Francia aún hay quien cree que Aragonès habla en serio de independizarse de España).
La principal diferencia entre el de ERC y el de Junts x ElQueSigui radica en que el primero vive instalado en la realidad, que no es muy propicia para el separatismo, mientras que el segundo habita un mundo de luz y de color en el que la independencia ya está declarada y solo falta, como se dice ahora, implementarla. Sin necesidad de pasar por el talego, el Niño Barbudo sabe que no hay más cera de la que arde y que la independencia de Cataluña es imposible por la oposición de España y, sobre todo, porque la mitad de la población catalana no está por la labor. De ahí su (mal) disimulada vuelta al autonomismo o, en el mejor de los casos, su disposición a seguir el consejo que Alex Salmond dio a los lazis a su paso por el desahogo anual de Prada de Conflent: que esperen unos treinta años para volverlo a intentar.
Para Aragonès, de lo que se trata en estos momentos es de asegurar la preminencia política de ERC, convertida ya en el sustituto natural de la Convergència de toda la vida. Pese a su estancia entre rejas, Turull no se ha querido enterar de nada e insiste en su maximalismo imposible mientras le crecen los enanos convergentes (aunque no se adivine un futuro muy brillante para el PDeCat, Centrem y demás inventos posibilistas) y hasta la Geganta del Pi (y no la de Baudelaire), de la que no hay forma humana de deshacerse, principalmente por la postura del propio Turull al respecto.
La indudable capacidad redentora del sistema penitenciario español, que no funcionó mal del todo con Carme Forcadell y el beato Junqueras, se ha revelado inútil con el trillizo Tururull, que sigue siendo el mismo tarugo monotemático que cuando entró en prisión. No sé si se le acabó de agriar el carácter con las flatulencias de su compañero de celda, Josep Rull (que este achacaba a la dieta criminal del sistema presidiario español), pero al hombre lo vemos siempre enfadado, iracundo y contrariado. Sabe que no le conviene salirse del gobiernillo, pero se permite faroles que, en el fondo, nadie se toma en serio. De ahí el ultimátum a Aragonès, que este le responde por persona interpuesta y bronceada.
Hay que ver de lo que son capaces algunos por sortear la irrelevancia que los acecha.