La verdad es que se entiende que el lazismo más radical considere la inefable mesa de diálogo con el Gobierno español una tomadura de pelo y una pérdida de tiempo. El problema de ese lazismo radical (que es el de Puigdemont vía Turull) vive en un universo alternativo con capital en Waterloo que no tiene nada que ver con la realidad. Con la aplicación del 155 (algo tardía a causa de la legendaria pachorra de Mariano Rajoy) quedó claro hasta donde se podía llegar y cuáles eran las consecuencias si se cruzaban ciertas líneas rojas. Ante la evidencia, solo quedaban el posibilismo de ERC y el delirio de lo que queda de Convèrgencia. Y es dentro de ese posibilismo donde hay que situar la mesa de diálogo que se reunió ayer en Madrid entre representantes del Gobierno central y del Ejecutivo autonómico (sí, autonómico y va que chuta). Ambas partes son conscientes de que la supuesta cumbre es tan solo un paripé en el que los anfitriones hacen como que prestan atención a las propuestas de los visitantes y éstos se vuelven a casa poniendo cara de satisfacción y haciendo como que han logrado grandes cosas en su visita a la capital (luego TV3 lo afina y alguien habrá que se crea que la reunión ha sido un éxito para el lazismo moderado, por mucho que refunfuñen Puchi, Llach y los sospechosos habituales).

Se suponía que los enviados de Aragonès iban a hablar del derecho de autodeterminación y su consiguiente referéndum, pero da la impresión de que el tema ni se ha puesto sobre la mesa porque la delegación de la Generalitat era plenamente consciente de la respuesta que iba a recibir. Ha habido que reducir el temario a la desjudicialización de la política (siempre es molesto coincidir en algo con Núñez Feijóo, pero creo que tenía razón cuando dijo hace unos días que para desjudicializar la política lo mejor es no delinquir), la defensa del catalán en la enseñanza (aunque siempre habrá algún juez dispuesto a hacerles caso a los defensores del bilingüismo), el uso de dicha lengua en el Senado (ganas de tirar el dinero en traductores por parte de una gente que habla español correctamente, aunque unos más que otros) y la posible promoción del catalán en el Parlamento Europeo (difícil lo veo, si tenemos en cuenta que la cosa funciona a base de un idioma por Estado miembro).

Las declaraciones posteriores de Bolaños y Vilagrà dieron pena, aunque cada uno a su manera. Bolaños, que es un hombre ideal para el Gobierno Sánchez gracias a su cara de cemento armado, lo resumió todo en un intento de concordia y diálogo que daba gusto verlo. Vilagrà hacía como que había conseguido grandes avances para la patria, aunque su cara de dolor de muelas parecía indicar algo muy distinto. En la práctica, uno se imagina la respuesta de la pandilla gubernamental en este estilo:

- “Pues lo siento, chicos, pero lo de la autodeterminación y el referéndum va a ser que no. En cuanto a la desjudicialización…Se hará lo que se pueda, pero ya sabéis que solo disponemos de la Fiscalía del Estado y que la judicatura tiende a ir a su bola. En fin, cosas de la separación de poderes… Montesquieu y toda la pesca. Lo de reformar el delito de sedición, creednos si os decimos que nada nos gustaría más, pero no se dan las condiciones en estos momentos. Vaya, que no hay quórum. ¿Hablar catalán en el Senado? Bueno, nos lo pensaremos, pero no os podemos prometer nada. ¿Y en el Parlamento Europeo? ¿Pues por qué no? Lamentablemente, la cosa no acaba de depender de nosotros, por no hablar de cómo explicamos ahí que hay unos españoles a los que no les sale de las narices hablar la lengua común y hay que despilfarrar en traductores, con la crisis que se nos viene encima a todos. ¿Queríais algo más? Pues nada, hasta el próximo paripé… Perdón, mesa de diálogo”.

Concluida la reunión, todos mienten. Los de Madrid dan vivas al diálogo (de sordos). Los de aquí hacen como que les han cantado las cuarenta, aunque se han vuelto a Barcelona prácticamente de vacío. Se rebotan Puigdemont y Lluís Llach. Y eso es to, eso es to, eso es todo, amigos, que decía Bugs Bunny.