Gracias al cine americano, todos estamos familiarizados desde hace años con la figura del undercover cop, el poli infiltrado en organizaciones que representan algún tipo de peligro para el Estado: grupos de radicales islámicos, clanes mafiosos, cárteles de la droga, supremacistas blancos, facciones especialmente chifladas de la Asociación Nacional del Rifle… Bueno, todos no, según se deduce del rebote que se han pillado los partidos nacionalistas catalanes al enterarse de que han tenido a un infiltrado en grupúsculos independentistas durante dos años sin ser capaces de desenmascararlo (prueba de que el agente en cuestión hacía muy bien su trabajo). ERC, JxCat, PDECat y la CUP exigen explicaciones al Gobierno. Y como no sé si se las van a dar, ya se las doy yo, que a didáctico no hay quien me gane. Lo explicaré de manera sencillita, para que hasta el más obtuso de los indepes pueda entenderlo.
A efectos prácticos, los independentistas no se diferencian mucho de los narcotraficantes y los yihadistas, por ridículos e inútiles que puedan parecernos a menudo (también Terra Lliure era una pandilla de ineptos especializados en volar por los aires con su propia bomba, pero eso no quitaba para que fuesen, o aspirasen a ser, una banda terrorista). Yo creo que, si te identificas como enemigo del Estado porque anhelas crear el tuyo propio, no deberías sorprenderte de que el Gobierno de tu país (mal que te pese pertenecer a él) se interese por tus actividades. Reaccionar ante la noticia con alharacas de estupor y fingida indignación es del género tonto y abre la puerta a que algún día el clan de los Charlines se queje de que le han enjaretado a un picoleto undercover en su organización o a que una red de pedófilos proteste por los mismos motivos. El Estado tiene el derecho (y la obligación) de defenderse de sus enemigos, y recurrir a legalismos cuando se lleva a cabo una actividad ilegal (o que debería serlo) es de una ingenuidad o una estupidez pasmosas.
Lo pudimos comprobar no hace mucho con el lío del Pegasus, que también generó una indignación impostada bastante ridícula. ¡Las cloacas del Estado nos vigilan!, clamaron nuestros próceres separatistas. ¡Pues claro que os vigilan!, les contesto yo con cierto retraso (como hizo Margarita Robles en su momento, aunque con menos vehemencia). Os vigilan porque sois un peligro para España, por desorganizados, desarbolados y desactivados que estéis (que lo estáis). Os vigilan porque nunca se sabe por dónde nos vais a salir y siempre vale más prevenir que curar. Semiolvidado lo del Pegasus, ahora nos hallamos ante una discreta secuela del blockbuster político, la infiltración de un poli en grupúsculos independentistas. Y la reacción del espiado es la de costumbre: sorpresa, estupor, indignación supuestamente democrática, exigencia de explicaciones…
Pero si no hay nada que explicar, chavales. Representáis una cierta amenaza para el Estado y el Estado os vigila para evitar que la cosa pase a mayores. Fin de la historia. Podéis entregaros a todo tipo de protestas y aquelarres, cuando en realidad deberíais dar gracias a Dios de no haber sido ilegalizados, que es lo que os merecéis. ¿Sabéis que la constitución alemana prohíbe la existencia de partidos separatistas? Solo un país tan tonto como España permite en su seno la actividad disgregadora de gente como vosotros. Así pues, si descubrís que os tienen intervenidos los teléfonos o que aquel chaval tan simpático que compartía cervezas con vosotros en el cau o la casa okupada era un agente infiltrado, seguid el consejo de Pavese y apretad los dientes y seguid hacia adelante (aunque en vuestro caso se trate de un viaje a ninguna parte).
Ahorradnos vuestra indignación porque es más falsa que un billete de tres euros. Y si realmente la experimentáis, es que estáis mucho peor de lo que aparentáis y ya tardáis en pedir ayuda psiquiátrica. ¿Espionaje gubernamental? ¿Infiltración policial? ¡Por supuesto! Os lo habéis ganado a pulso.