El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, se fue ayer a Bruselas para dar conversación a un muerto viviente. Esta sencilla frase basta para resumir la excursión, que no incluyó encuentros con importantes funcionarios europeos ni nada que contribuyera mínimamente al tronío de la patria.
Todo se redujo a un paripé destinado a aparentar una unidad independentista que ni está ni se la espera. Por no hablar de las consecuencias de la visita en la psique ya perturbada de Carles Puigdemont, que se ve apoyado en su insania por la presencia del president, quien hace como que le considera un personaje real y no lo que es, un iluminado que vive en su propio mundo de fantasía, un falso presidente de un gobierno alternativo no menos falso, un personaje básicamente ridículo que protagoniza su propia quimera y confunde sus delirios con la realidad.
De la misma manera que no es aconsejable darle la razón a alguien que se crea Napoleón, resulta funesto alimentar las ilusiones de un político que cada día se hunde más en la irrelevancia y que se pasa la vida salvado por la campana: primero, el Pegasus; luego, la nueva no extradición de Valtónyc; después, pues ya veremos, Dios proveerá, que para algo es catalán...
Si Aragonès quiere crecer políticamente (físicamente ya lo veo más difícil), lo primero que debería hacer es cumplir con la obligación freudiana de matar al padre. Todos sabemos que detesta a Puchi y que le revienta que este se pase la vida enmendándole la plana y recordándole que es el presidente legítimo de la Generalitat. Sus respectivos partidos están a matar.
Las encuestas electorales anuncian un hundimiento espectacular de Junts per Catalunya (y la ungida para dirigirlo, Laura Borràs, será inhabilitada más pronto que tarde, dejando al timón de la nave que se hunde a uno de los trillizos Tururull, cuya única gracia es parecerse a los personajes más pusilánimes de los cómics de Daniel Clowes). La unidad independentista no se la cree nadie, por muchas pantomimas que se monten al respecto.
Dios me libre de desearle ningún bien a ERC, pero empeñarse en hacer como que Puchi existe no le va a ayudar a conseguir sus objetivos, que consisten, como todo el mundo sabe, en convertirse en la nueva Convergència y practicar un sano autonomismo salpimentado de alguna que otra rabieta de vez en cuando para disimular y dar algo de carnaza a las bases, que son de natural rondinaire: hoy día, en Cataluña, ya no cree en la independencia ni Fredi Bentanachs.
El propio Puchi no ha creído nunca en ella: solo era un periodista del régimen (incapaz de escribir sus propios libros) que se vino arriba con las lloreras de Marta Rovira y el beato Junqueras y luego, cuando vio la que había liado, se propulsó al maletero de un coche y tomó las de Villadiego. Desde entonces, vive cómodamente instalado en la irrealidad y el delirio, una actitud que nadie debería fomentar, y mucho menos el presidente de la Generalitat, que puede que no sea más que una gestoría con pretensiones, pero, por lo menos, se mueve, aunque sea de manera aproximada, en el mundo real.
Hazme caso, Pere, y pasa del majareta de Waterloo como de la peste. Relee a don Sigmund, mata al padre (que en este caso solo es un pariente lejano y molesto) y a convertir ERC en la nueva Convergència, que es de lo que se trata si tú y los tuyos queréis seguir chupando del bote durante los años venideros. No sé quién te aconseja que de vez en cuando vayas a rendir pleitesía a un muerto viviente, pero yo de ti prescindiría de sus servicios.