En un artículo de ayer, María Jesús Cañizares resumía muy bien la historia (interminable) del Museo del Cómic de Badalona, un proyecto que arrancó en 2010 y que, a día de hoy, sigue teniendo mucho de entelequia. El edificio que el Ayuntamiento de Badalona ofreció para albergar dicho museo ya está dedicado a otras cosas, dado el entusiasmo mostrado por la Generalitat desde un buen principio (es un centro de investigación tecnológica de la Universidad Politécnica de Barcelona), pero el actual alcalde, Rubén Guijarro, propone ahora otras tres localizaciones: la antigua fábrica Piher, La Torre Codina y los terrenos de Ca L'Arnús (reconozco que no sé nada de ninguno de las tres, pero bienvenidas sean).
La Generalitat adopta una actitud circunspecta y, de momento, no mueve ficha, a la espera de a ver qué hace el Ministerio de Cultura con los fondos del Archivo Lafuente que acaba de adquirir y que atesoran abundante material de los años del underground barcelonés, por el que nuestro gobierno autónomo empezó a experimentar un inesperado interés cuando vio que lo compraba a cascoporro un fabricante de quesos de Santander (actitud muy parecida a la de esos consejeros de cultura a los que se les muere un artista y, como han pasado olímpicamente de asegurarse su legado, tienen que acabar enviando a un propio a los Encantes para discutir con un gitano que exhibe prácticamente la obra completa del difunto sobre una manta polvorienta).
No sé si ahora va en serio lo de contar con un Museo del Cómic en Cataluña, pero me alegra que, por lo menos, el asunto vuelva a estar sobre la mesa. Que nuestros próceres procesistas cuenten con el Ministerio de Cultura español también puede considerarse una buena noticia, ya que hasta hace nada, semejante colaboración se consideraba algo muy parecido a una traición a la patria. En el ínterin, funciona en Sant Cugat un museo privado, fruto de la iniciativa, la buena fe y la colección de un ciudadano particular, Paco Baena (¡Dios lo bendiga!), y creo que hace unos pocos años Vicent Sanchis propuso convertir el difuso centro Santa Mònica en un museo del cómic (no lo logró, y mira que el hombre siempre ha estado bien visto por el régimen). ¿Acabará tirando adelante el esperado Museo del Cómic? Misterio.
Lo que no es un misterio es uno de los motivos por los que nunca ha sido una prioridad para los mandamases de nuestro gobierno regional. Me quedó muy claro hace unos años, hablando con Ferran Mascarell (cuando todavía nos dirigíamos la palabra y a veces hasta quedábamos a comer). Mientras yo insistía en que Cataluña ha sido tradicionalmente la fábrica de los tebeos españoles y que Barcelona (o algún lugar cercano) era el sitio ideal para instalar un museo de la historieta, el hombre me escuchaba atentamente, creo recordar que hasta me daba la razón, pero al final me salió con algo que a mí no se me había ocurrido: era muy difícil plantear un museo nacional a partir de un material que, en su mayor parte, utilizaba el castellano. A mí, un museo nacional español ya me estaba bien, pero a Mascarell no. Fue entonces cuando entendí que la renuencia oficial al museo se basaba en el uso mayoritario del castellano en la edición de cómics (un genuino momento de apaga-y-vámonos), y que daba lo mismo que las editoriales, los dibujantes y los guionistas fuesen de aquí, ya que, voluntariamente u obligados por las circunstancias comerciales o políticas, habían elegido el idioma equivocado para expresarse. El museo del cómic sería nacional o no sería. Y no fue, claro.
Hasta ahora, que el tema vuelve a salir a la palestra. El material no falta: entre el Ministerio de Cultura, el Archivo Lafuente y lo que acumulan unos cuantos grandes coleccionistas, hay tebeos para llenar tres museos. Con un presupuesto adecuado, se pueden organizar exposiciones interesantes que justifiquen pillar el tren del Maresme (en Francia nadie se queja de que el Centre National de la Bande Dessinée esté en Angulema), editar libros y catálogos y, en suma, disponer de un equipamiento cultural de primera magnitud. Todo depende de que nuestras autoridades se bajen del burro de la lengua y se suban al de la cultura. Continuará...