Aunque los principales protagonistas del supuesto exilio independentista sean los sospechosos habituales (Puigdemont, Comín, Ponsatí y Puig i Gordi), hay un secundario que brilla con luz propia y que, recientemente, ha demostrado ser el que mayor capacidad de influencia ejerce sobre su país de adopción, Bélgica. Él solito se ha cargado el delito belga de injurias a la corona, gracias a lo cual los habitantes del país de Tintín podrán, a partir de ahora, ciscarse sin riesgo alguno en sus testas coronadas. Y no se pierdan el doblete: gracias a su triunfo constitucional, Bélgica nunca considerará un delito sus ripios contra la monarquía española y, consecuentemente, jamás será extraditado a su país de origen (que, hasta nueva orden, sigue siendo España). Puede que el mallorquinarro tenga que quedarse en Flandes hasta los restos, pero nunca deberá compartir el triste destino que, tarde o temprano, les llegará a sus amigos los políticos: acabar en una prisión española tras el correspondiente juicio y ponerse a esperar un indulto que puede llegar o no, dependiendo de quién ocupe el poder para entonces.
Hay que reconocer que lo conseguido por Valtònyc resulta admirable, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un sujeto de escasas luces que en su Mallorca natal alternaba sus jeremiadas anti sistema con echar una mano en el puesto de verduras de su madre, que en paz descanse. Y no contento con su triunfo legal, el hombre se está relevando como un ideólogo de campanillas del procesismo. Lo pudimos comprobar hace unas noches cuando lo entrevistaron en el FAQS de TV3 y dijo una verdad como un templo al afirmar que los suyos iban antes a por la independencia y ahora se conforman con colar un poco de catalán en la programación de Netflix: ¡hasta Lluís Llach, que es el Pepito Grillo del prusés, ha bendecido en un tuit sus sabias palabras!
Como se está haciendo mayor y más sabio, Valtònyc no ha hecho extensivas sus quejas a las elecciones del Consejo por la República que se acaban de celebrar y cuya ambición no dista mucho de la de la operación Netflix. Valtònyc podría haber dicho lo que muchos pensamos, incluso dentro del soberanismo, que el invento de Puchi es un tocomocho que no sirve para nada más que para darle vidilla al presidente fugado y que este se sienta más relevante de lo que es. Un timo que ni siquiera ha salido muy bien: si Roberto Carlos quería tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar, Puchi aspiraba a contar con un millón de primos y así más mejillones poder zampar, pero se ha tenido que conformar con 87.833, de los que solo acudieron a votar a la Asamblea de Representantes 22.216, lo cual permite deducir que hasta la mayoría de lazis que han apoquinado los diez euros que les pedía el Hombre del Maletero intuyen que la cosa es una pamema que no sirve absolutamente para nada. En cualquier caso, 121 afortunados --entre ellos, cracks del independentismo como el mosso Donaire, el excursionista patriótico Rai López, el payaso Pesarrodona o la trepilla peruana Rosario Palomino, más Laura Borràs y otros cargos del régimen con ganas de formar parte de una estructura política imaginaria-- van a integrar la élite del Consejo por la República, del que Valtònyc, por la cuenta que le trae, no tiene nada malo que decir.
Supongo que hace bien, pues nunca hay que morder la mano que te da de comer, aunque sea con dinero ajeno y de procedencia turbia. Gracias a Puchi, Valtònyc ha pasado de vender tomates a ejercer de técnico informático, se pasea por la Casa de la República como si fuese suya, come y cena por cortesía de los héroes del exilio, es aceptado en las fotos de grupo de la Pandilla Basura y se da unos aires de grandeza a los que no podía aspirar en su Mallorca natal, donde el que corta el bacalao musical es Tomeu Penya, como todo el mundo sabe.
Se mire como se mire, este chico ha prosperado en la vida. Hasta ahora, ningún gañán había conseguido alterar la constitución de ningún país y ningún rapero se había hecho de derechas sin que nadie le afeara la conducta. Mientras Pablo Hasél se pudre en el talego, Valtònyc disfruta de libertad y ha conseguido poner en práctica los consejos de Dale Carnegie en su célebre opúsculo Cómo ganar amigos e influir en la sociedad. Depende, eso sí, de las filigranas legales de sus protectores para llegar a fin de mes, pues como a éstos los acaben extraditando, no va a tener pasta para pagar el alquiler de la Casa de la República (ni de un apartamentito en algún barrio de Bruselas trufado de yihadistas) y se quedará sin su (supuesto) trabajo. Pero, de momento, se ha convertido en un influencer de primera categoría: mientras Puchi vacía el parlamento europeo cada vez que toma la palabra, Valtònyc altera la justicia belga. ¿No le iría tocando ya un ascenso?