Cataluña es una sociedad tan confortable que hasta las revoluciones están al alcance de lo que el marxismo definía como el cochino burgués. Hasta ahora, las revoluciones las protagonizaban los parias de la tierra, los que no tenían nada que perder y ya estaban hasta las narices de que les tomaran por el pito del sereno. Con el prusés, Cataluña ha demostrado que el espíritu revolucionario es compatible con un sueldo seguro a fin de mes y una jubilación generosa. La cuadratura del círculo. Lo mejor de ambos mundos. Ya no hace falta jugarse el pellejo para intentar alcanzar tus objetivos y cualquier colectivo sin especiales problemas de supervivencia puede hacerse la ilusión de que contribuye a la liberación de la patria. En la Cataluña procesista, los bomberos le dan más importancia a la independencia del terruño que a cumplir con su misión de apagar fuegos (cosa tal vez explicable por esas ideas zopencas que la sabiduría popular les adjudica desde tiempo inmemorial), pero es posible que sea el gremio de la educación el que se lleva la palma a la hora de compatibilizar una existencia desahogada con la emisión de exabruptos patrióticos que no solo no tienen ninguna consecuencia en su expediente profesional, sino que es muy probable que contribuyan al medro del boquirroto de turno.
Hace unos días, Héctor López Bofill tuiteaba que Cataluña necesita 10.000 soldados para solucionar su problema, y que daba igual que fuesen catalanes o rusos. ¿Y quién es Héctor López Bofill? ¿Un peligroso agitador que se mueve en la clandestinidad y que está a punto de echarse al monte con sus leales para montar un maquis anti español de aquí te espero? No. Héctor López Bofill es profesor de la Pompeu Fabra y concejal de Junts x Puchi en el Ayuntamiento de Altafulla. Es decir, un funcionario por partida doble que, entre los dos sueldos, debe llegar tan ricamente a final de mes.
Con la Diada, el funcionariado educativo se ha venido arriba. Los rectores de seis universidades catalanas, pasando olímpicamente de lo que piensen sus profesores y sus alumnos, se ha solidarizado con la ANC de la muy perturbada señora Paluzie. Y la vicerrectora de la UPC, Nuria Pla, se ha marcado el siguiente tuit (que luego se ha apresurado a borrar, pues esta gente lo que tiene de bocazas también lo tiene de gallina): “¡Ganas de fuego, de contenedores quemados y de aeropuerto colapsado!”. Evidentemente, ni los rectores ni la vicerrectora ni el profesor López Bofill van a tener que responder por sus llamadas, directas o indirectas, a la violencia. Para eso cuentan con un consejero de educación, Josep González Cambray, que insiste en no cumplir las órdenes judiciales acerca del 25% de la enseñanza en castellano y que acaba de anunciar su intención de vigilar de cerca a los docentes que se empeñen en impartir sus clases en ese idioma nefando. El sistema educativo catalán, del consejero del ramo (cuyo mérito más evidente es salir siempre por TV3 con un lazo amarillo en la solapa) al último profesorcillo lazi, pasando por altos responsables universitarios, directores de escuela y demás jerarquías del ramo, está infestado de patriotismo excluyente ejercido por gente que ha conseguido hacer compatible su condición de funcionario y de burgués con el ánimo revolucionario.
Lo mismo sucede, por cierto, en el plano político, entre los que bendicen la revolución burguesa del funcionariado porque ellos mismos la practican. Quim Torra llama a ocupar las calles desde un palacete en Girona, y lo mismo hace Carles Puigdemont desde la seguridad de su residencia en Bélgica. Del mandamás al último mono; en el procesismo se impone la insurrección sin riesgo alguno, que es la gran aportación catalana a la liberación de los pueblos. Nada explica mejor la ridícula situación en la que nos encontramos que el caso Marcel Vivet: el chaval lesiona a un mosso d´esquadra arreándole con el palo de una bandera, la justicia le pide cinco años de cárcel y, entre si entra o no entra en prisión, Catalunya Ràdio lo contrata como tertuliano, disparate que supera el de Tele 5 cuando incluyó en sus programas al Dioni.
En el franquismo, si te manifestabas en contra, te la jugabas. En el procesismo, por el contrario, puedes agredir a un poli y el régimen te coloca en un programa de radio. Asimismo, las chorradas revolucionarias de chupatintas como López Bofill y Pla les hacen ganar puntos ante quien debería llamarlos al orden. Pero supongo que no hay que preocuparse por ello: lo importante es que, de momento, hemos salvado a los patitos de la Ricarda del malvado depredador español, ¿verdad?