Quim Torra no está para mesas de diálogo con el opresor y demás zarandajas. Lo que hay que hacer, según él mismo ha dicho en Can Partal, es adoptar una actitud decidida y contundente y ocupar las calles. En paralelo, prosigue con la campaña de promoción de su último libro, Les hores greus, y creo que ya lleva una veintena de presentaciones (una de ellas, en compañía del célebre partidario de la independencia y de la coprofagia Antonio Baños). El opúsculo con las profundas reflexiones del presidente número 412 de la Generalitat se está vendiendo muy bien, si hemos de hacer caso a la lista de libros de no ficción en catalán de La Vanguardia. Esa lista, de hecho, suele estar trufada de obras a cargo de fugitivos de la justicia y presos patrióticos: es lo que tienen el seudo exilio y el talego, que te dejan mucho tiempo libre y con algo te has de entretener (también el Dioni hubiera escrito algo si no llega a caer en un país trufado de atractivas mulatonas).
Si nos fijamos bien, esta andanada de textos quejicas y con abundantes dosis de autobombo conduce a la creación de una subespecie dentro de la llamada literatura de autoayuda y es la contribución catalana más notable a ese género que, en teoría, sirve para echarte una mano en tiempos de quebranto anímico. Yo diría, incluso, que perfecciona la fórmula original, ya que los habituales libros de autoayuda se llaman así porque ayudan exclusivamente a quienes los escriben (a lucrarse, concretamente), mientras que los textos de Torra y demás figuras del prusés parecen ejercer un efecto lenitivo y hasta puede que euforizante en quienes los leen. Para entendernos, yo diría que, después de leer unas páginas de los libros de Puigdemont, Cuixart o Forcadell, te sientes más autorizado para enviar al abuelo a cortar la Meridiana (y, de paso, que baje la basura). Y si lo atropella un coche (o el autobús de la ANC), todo eso que te llevas.
Dentro de ese subgénero que es la autoayuda catalana, Quim Torra ocupa una plaza envidiable, pues no está ni en Flandes ni en el trullo, sino en libertad y ocupando un bonito palacete en Girona desde el que anima a sus huestes a echarse a la calle. Durante cuatro años le vamos a estar pagando 120.000 euros anuales por tocarse las narices (y tocárnoslas a unos cuantos). Luego, cuando le llegue la hora de la merecida (por nosotros) jubilación, le rebajaremos la paga anual a 92.000 euros, cosa que le molestará aunque sea una suma inalcanzable para la mayoría de los jubilados de este país y del de al lado (recordemos que Torra se subió el sueldo nada más acceder al cargo de presidente vicario de la Generalitat y luego se subió la pensión cuando vio que lo iban a desalojar por colgar una pancarta que no debía: es fácil deducir que a nuestro hombre le gusta el dinerito y que cobra hasta por librarse de él).
Yo creo que TV3 ya tarda en encargarle a Jaume Roures --que les acaba de endilgar una serie sobre el juicio del prusés que Vicent Sanchis intentó rechazar sin éxito-- una miniserie que adapte el anterior libro de Torra, El quadern suís. Las trepidantes aventuras de un agente de seguros catalán en Suiza son unos mimbres insuperables para elaborar un producto a la altura comercial de Juego de tronos, ¿verdad? Sería la consagración definitiva de un hombre que no sabemos muy bien qué ha hecho (aparte de promocionar la ratafía), pero sea lo que sea, lo ha sabido rentabilizar de maravilla. Sé que habrá quien considere que hay que tener una cara de cemento armado para decirle a la gente que se eche a la calle desde el palacete en el que anotas tus observaciones sobre el mundo que te rodea y vives de la sopa boba, pero ya se sabe que hay mucho resentido por aquí. Ahí donde lo ven, Quim Torra es el procesista más listo que se conoce y la figura más destacable del subgénero literario de la autoayuda catalana. Y quien encuentre preocupante que la lista de libros de no ficción en catalán más vendidos esté acaparada por presidiarios y fugitivos es porque no conoce la peculiar psique del independentista medio. Puede que la independencia no llegue nunca, pero, de momento, hay libros llenos de indignación, lloriqueos, rencores e improperios que levantan la moral de la tropa en pantuflas. ¿Las horas graves?: ¡Los años dorados!