Cuando le cayó el cargo de consejero de Trabajo, Asuntos Sociales y Familias de la Generalitat de Cataluña, lo primero que hizo Chakir el Homrani (Barcelona, 1979) fue comprarse una moto de gran cilindrada y darse una vuelta por su lugar de residencia, Granollers, para que todos vieran lo bien que le iban las cosas. Algunos vecinos tuvieron el atrevimiento de decirle que no les parecía bien que se dedicara a fer el merda con la moto nada más pillar cacho, pero todo parece indicar que a nuestro hombre esos reproches le entraron por una oreja y le salieron por la otra. Reconozco que no tuve el placer de asistir en directo a la tournée del amigo Chakir por su villa de adopción, pero una amiga de Granollers sí y me la narró pasmada una tarde que quedamos a tomar un café. Personalmente, no tengo nada en contra de que la gente se compre motos, pero venirse arriba sobre dos ruedas justo cuando se ha pillado un cargo muy bien remunerado no arroja una imagen muy positiva de nadie.
Aunque con el personal que copa los puestos de responsabilidad en el gobiernillo no es fácil elaborar un top ten de ineptos porque sobran candidatos a figurar en el hit parade, tengo la impresión de que el señor El Homrani podría encabezarlo tranquilamente gracias a su tendencia a meter la pata de manera contumaz. Afortunadamente para él, el verbo dimitir es en Cataluña, como en el resto de España, un nombre de varón ruso. Llegar al gobiernillo es el punto álgido de la carrera de este sociólogo que se apuntó a ERC en 2004 (llegando a concejal en Granollers en 2015), que también se afilió a UGT (donde ejerció de secretario de organización de Avalot, el frente de juventudes del sindicato) y cuyo principal logro es el premio que ganó en Terrassa en su condición de cocreador del juego de rol Anem per feina. Con estos mimbres se plantó en el gobiernillo y se hizo con la moto de sus sueños. A partir de ahí, una muestra de ineptitud tras otra.
Se estrenó con la crisis del coronavirus, cuando se le morían los yayos en las residencias que daba pavor (Torra le quitó las competencias para dárselas a otra lumbrera de su administración, la consejera de Salud Alba Vergés, también conocida como La Niña del Exorcista gracias a una foto que colgó en las redes en la que se le ve con cara de poseída por Satán junto a su bebé y un número indeterminado de esteladas, incluyendo una en la mantita del rorro). Continuó afirmando que el teletrabajo era obligatorio en tiempos de pandemia, lo cual resultó no ser cierto. Y ya alcanzó la gloria con una web de chichinabo en la que debían entrar los autónomos que aspiraran a una propinilla de 2.000 euros de la Generalitat, una especie de tómbola humillante a más no poder (solo había pasta para los 10.000 primeros en llegar) que, además, funcionaba fatal y no había forma humana de que te permitiera poner el cazo de manera virtual.
Lo normal habría sido presentar su dimisión después de semejante desbarajuste, pero no es descartable que ya le haya echado el ojo a una moto mejor y esté a punto de comprarla con el dinero en dietas de desplazamiento que se han embolsado él y sus colegas durante los últimos tiempos, aunque no se hayan movido de casa porque las reuniones eran telemáticas y bastaba con sentarse ante el ordenador en pantuflas, que siempre quedan fuera de cuadro. Como todos los que se agarran al cargo como si les fuese la vida (o la moto) en ello, el bueno de Chakir ha cesado a sus dos principales secuaces en el departamento, que es como si el entrenador del Barça, que lleva toda la temporada sin dar ni una, prescinde de su ayudante y del masajista del equipo. A Chakir no lo sacamos del sillón ni con agua hirviendo. Desde tan privilegiada posición va a esperar pacientemente las elecciones, que se adivinan propicias para los discípulos del beato Junqueras, y a ver qué cae. Nuestro hombre sabe que Camilo José Cela tenía razón cuando dijo aquello de que, en España, el que resiste gana. Y quien dice España --por una vez y sin que sirva de precedente-- dice Cataluña.