El régimen es muy afortunado al contar con un esbirro del calibre de Roger Loppacher en la presidencia del CAC. No es que Núria Llorach, presidenta de la CCMA, y Vicent Sanchis, director de TV3, no se ganen el sueldo, pues se trabajan a conciencia hasta el último euro que reciben mensualmente, pero el señor Loppacher es la prueba viviente de que hasta entre esbirros hay clases. Mientras la pobre Núria sale siempre en las fotos con una comprensible expresión de estar pasando mucha vergüenza y el bueno de Vicent --por el que, como ya he dicho en alguna ocasión, siento un aprecio personal porque le gustan los cómics y porque puede ser simpático cuando quiere-- es de un cinismo enternecedor (el otro día dijo que en TV3 no se veta a nadie, cuando es el primero en saber que hay una lista interminable de gente, en la que figuro hasta yo, a la que jamás se permitirá asomar la jeta por la nostra, ¡y puede incluso que la haya redactado o puesto al día él mismo!), el ínclito Loppacher asume su condición de siervo sin concesión alguna a la vergüenza o al en este caso indispensable sentido del humor.
El señor Loppacher ha vuelto a ser noticia por lo de siempre: inclinar la balanza del ente que preside a favor de TV3. Unos consejeros díscolos y malos catalanes se habían quejado de que en TV3 aparecen tres veces más independentistas que personas normales en todos los programas, de un rótulo en un informativo que señalaba a Madrid como punto de origen del coronavirus en España y de la aparición en el FAQS del gasolinero Canadell para promocionar unas ridículas mascarillas transparentes de su invención que, según él, eran mano de santo contra la pandemia. Como ya ha sucedido más de una vez, hubo empate a la hora de decidir si condenar o no condenar la actitud de TV3 y lo resolvió el gran Loppacher como suele: absolviendo a la nostra de cualquier posible mala intención o favoritismo y asegurando que la ecuanimidad y pluralidad de nuestra televisión (supuestamente) pública son conocidas y admiradas en todo el orbe.
Loppacher se divierte mucho organizando campañas contra televisiones nacionales sobre las que el CAC no tiene ninguna competencia, pero considera que todo lo que hace TV3 bien hecho está y que sostener lo contrario es cosa de botiflers y desafectos al régimen. En cuanto hay empate en el CAC sobre algo que atañe a TV3, ahí está él para recurrir a lo que se denomina con un cuajo admirable “voto de calidad”. El régimen llama “voto de calidad” a la decisión que toma el Esbirro Máximo para satisfacer a quienes le pagan con dinero público. Quien tiene un Loppacher tiene un tesoro. Todos los indepes de TV3 saben que, gracias al señor Loppacher, pueden decir lo que les salga de las narices con la tranquilidad de que nadie les va a llamar a orden. Y eso vale para estrellas y estrellitas (Soleres, Raholas, Jaires o Molineres) y para jefes de informativos y para invitados a los programas y para cualquiera que demuestre constantemente su inquebrantable adhesión al régimen. Aunque TV3 se pase la obligatoria imparcialidad de una televisión publica por el arco de triunfo, Loppacher afirma, sin que se le escape la risa, que es un templo de la ecuanimidad y de la información veraz y objetiva. Y si se olvida de añadir que en TV3 no se veta a nadie, ahí está Sanchis para soltar la trola sin que tampoco se le escape la risa (aunque le cuesta más porque tiene cierto sentido del humor, algo de lo que Loppacher carece por su propio bien).
La vida del esbirro es indigna en general, pero hay que reconocer que en Cataluña está especialmente bien remunerada. Como presidente de una comisión de control del sector audiovisual, Loppacher es un chiste malo, una broma siniestra, una burla al contribuyente. Pero como trepa servil consagrado exclusivamente al medro es de lo más logrado que tenemos: algo muy meritorio cuando, como sucede entre nosotros, abunda la competencia.