Entre las muchas frases ingeniosas que se atribuyen a Groucho Marx, mi favorita es: “No tengo nada, pero quédate con la mitad”. Intuyo que a Carles Puigdemont también le interpela ese concepto, pues lo aplica constantemente desde su agradable retiro belga, donde está convencido de presidir una república catalana independiente que solo existe en su imaginación calenturienta, pero que no le importa compartir con todo el que se apunte a cambio de la módica suma mensual de diez euros. El tocomocho en cuestión, como todos sabemos, atiende por el pomposo nombre de Consell per la República y se reunió hace unos días en Perpiñán para firmar un importante acuerdo de colaboración entre el Consell en sí y su delegación en la Catalunya Nord (¡pedazo de avance político en pro de la independencia!) y presentar una app que permite a los socios del Consell acceder a una identidad digital catalana carente de ningún efecto práctico, pero algo hay que echarles para justificar el sablazo mensual de los diez eurillos: en el lejano oeste americano, también se engatusaba a los indios con cuentas de colores, ¿no?

La app del Consell contribuye a forjar el carácter virtual de la república catalana. Se supone que cada vez que recurres a ella te sientes más independiente que nunca, aunque lo único que consigas con tu óbolo mensual es sufragar el elevado tren de vida de Puchi y sus secuaces. La verdad es que, como versión contemporánea del timo de las misas, el Consell per la República es un éxito. Lástima que no se haya alcanzado aquel millón de socios al que aspiraba el ilustre fugitivo y que le habría reportado un sobresueldo mensual de diez millones de euros, pero no puede quejarse en exceso: en estos momentos, según los últimos cálculos, 88.458 majaderos le dan diez euros al mes para que se toque las narices a tres manos y meta toda la cizaña posible a distancia en esa Cataluña a la que tanto dice amar, pero a la que, de momento, no puede volver porque se vería obligado a disfrutarla desde la trena.

Si Roberto Carlos aspiraba a tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar, Carles Puigdemont soñaba con un millón de primos que le permitieran vivir como Dios, pero la cosa se torció un poco, pues hasta la estupidez del independentista medio tiene sus límites y a muchos le sonó a tocomocho la propuesta del líder fugado. De todos modos, 880.458 euros mensuales dan para bastante, aunque se los tenga que repartir con Toni Comín y Puig i Gordi. Comín en concreto se gana hasta el último euro sustraído a los badulaques que financian el Consell per la República, pues es una mezcla de mayordomo y perro caniche con muy mala uva que lo mismo te lame las suelas de los zapatos que lo puedes azuzar para que ladre: tras el trascendental encuentro en Perpiñán del Consell de la República, Puchi no dijo ni mu y delegó el esperado parlamento en su fiel (mientras haya pasta y posibilidades de medrar, especialidad de la casa ya demostrada anteriormente en el PSC y en ERC) Comín, que si no es el sujeto más vil y rastrero de todo el panorama político catalán en el interior y en el exterior, poco le falta. Comín no decepcionó, pues además de vil y rastrero es un bocazas que siempre se hace el chulo donde la manga riega y aquí no llega, trátese de Perpiñán o del lado alemán de un puente que no se atreve a cruzar por si lo trincan en el lado francés: si en aquella ocasión afirmó que él y su amo no tenían miedo a nada, ahora ha reivindicado el enfrentamiento con el estado español; total, si hay otro conato de golpe de estado como el de octubre del 17, a mí plim, pues los porrazos se los llevarán otros y otros serán los que vayan al trullo.

Tras la pantomima de Perpiñán, el Consell de la República se hizo con 376 nuevos paganos. Bienvenidos sean esos 37.600 machacantes mensuales: no se descarta comprarle una gralla nueva al reputado folklorista Puig i Gordi. Y es que los grandes timos de la historia no se crean ni se destruyen, solo se transforman. En ese sentido, la app del Consell es como el DNI catalán o la funda de la república catalana para el pasaporte español, pero en versión high tech. De momento, la app de marras no incluye una auditoría instantánea de cómo se invierte el dinero de los 88.548 infelices que mantienen a los fugitivos, pero dada la tendencia natural de éstos a la transparencia, no creo que tarde mucho en incorporarse a tan necesaria propuesta tecnológica.