A la hora de emular a un gran personaje del pasado, tan lícito es inspirarse en Nelson Rockefeller como en León Trotsky. Lo realmente peculiar es querer ser, al mismo tiempo, el magnate norteamericano y el revolucionario ruso, que es a lo que parece aspirar el dueño de Mediapro, Jaume Roures. La pretensión resultaría hasta ridícula de no ser porque su inmensa fortuna le permite, como diría Dale Carnegie, ganar amigos e influir en la sociedad. Bueno, dado ese carácter hosco que tanto le gusta cultivar, yo diría que a Roures lo de los amigos se la trae bastante al pairo, pero lo de influir en la sociedad le gusta mucho. Ya se retrató hace años, en una entrevista publicada en el diario francés Libération, cuando soltó una frase para la historia: “Yo no trabajo, milito”. O como cuando cada domingo se iba a Madrid a jugar un poco al baloncesto con José Luís Rodriguez Zapatero y otros sociatas de pro. O como cuando ejerció en su casa de campo de anfitrión en una seudo cumbre entre Pablo Iglesias y Oriol Junqueras.
Ahora se ha sacado de la manga una especie de think tank compuesto por una pandilla de restos de serie de los comunes y la CUP que atiende por Sobiranies. El millonario trotskista parece insistir en su vieja manía de unir el nacionalismo con lo que él considera que es la extrema izquierda, y se ha apuntado (no sé si cobrando, aunque es evidente que hay dinero a espuertas) un ramillete de has beens muy notable, en el que destacan personajes como Xavier Domènech, Quim Arrufat, David Fernández (claro representante de lo que en la CUP se tiene por un intelectual con fundamento porque una vez citó a Hannah Arendt), Benet Salellas, Gerardo Pisarello, la fugada Anna Gabriel o Gala Pin (cuyo paso por el ayuntamiento de Barcelona aún recordamos, ¡y no precisamente con agrado!).
Se sabe, de momento, que Sobiranies tendrá una publicación digital y organizará conferencias y seminarios, pero eso suena demasiado discreto y muy poco ambicioso para el empresario audiovisual que no trabaja, sino que milita. No constan objeciones morales de ninguno de estos fichajes de relumbrón, que no parecen conceder la menor importancia al hecho de que la filial de Mediapro en Estados Unidos, Media World, haya captado el interés del FBI por ciertos sobornos a ejecutivos del país en vista a la adquisición de los derechos de retransmisión de eventos deportivos: puede que Trotsky tuviese un momento Rockefeller, pero lo importante es que no trabaja, milita, que es a lo que se dedican desde siempre Fernández y compañía, aunque no nos consta que toda su militancia y todo su activismo hayan contribuido en lo más mínimo a mejorar la sociedad que los soporta.
Pero ellos están a lo que caiga. Y, de momento, lo que ha caído es ese pacto contra natura entre el nacionalismo y la (supuesta) izquierda que tanto parece inspirar al que paga la fiesta, un hombre empeñado en ser una cosa y la contraria, en presentarse como solución a un problema cuando forma parte de él, un capitalista con mala conciencia que se agarra a Trotsky como yo a David Bowie, para recordar la perdida juventud y las perdidas ilusiones. Con la diferencia de que, escuchando a Bowie, no molestas a nadie, mientras que fabricando un engendro como Sobiranies solo aportas más confusión y mal rollo a una situación política que ya está lo suficientemente envenenada. Igual solo se trata de eso y de procurar diversión a un millonario que se aburre.