Sí, soy consciente de ello: el término "idea brillante" y el nombre de Gabriel Rufián en la misma frase constituyen un oxímoron muy notable, pero la verdad es la verdad, dígala Junqueras o su porquero, y eso que ha dicho Rufi sobre celebrar la Diada de este año frente a las prisiones catalanas a las que han ido a parar los líderes enjaulados del prusés es lo mejor que se le ha ocurrido al hombre en toda su carrera política. Los sufridos habitantes de Barcelona aplaudimos especialmente su propuesta, pues estamos ya de desfiles norcoreanos hasta el gorro. ¡Que esto no es Pyongyang, joder, ya no sé cómo decirlo! ¿Se imaginan una Diagonal o una Meridiana tranquilas y no infestadas por la Secta Amarilla? Pues si cuaja la propuesta de Rufi, eso es lo que sucederá el próximo 11 de septiembre. Y como nada me gusta más que contribuir a la armonía entre mis conciudadanos, propongo ir a despedirlos mientras se suben a los autobuses y empiezan a desenvolver al bocadillo y a darle sin tasa a la ratafía: "Adiós, adiós, no os deis prisa en volver, disfrutad de los encantos del campo y de la vida rural, oh, bucólicos patriotas...".
Una vez ante las prisiones de Lledoners (Sant Joan de Vilatorrada) y Puig de les Basses (Figueres), no estaría mal tener preparada una canción para darles la bienvenida a los gloriosos rehenes del Estado español. Personalmente, me inclino por una versión nostrada de la canción de Bienvenido, Mr. Marshall, con algunos leves cambios; por ejemplo: "¡Republicanos, os recibimos con alegría, viva el tronío del presidiario con poderío!". Y así hasta llegar al tradicional final, "¡Olé mi madre y olé mi tía!". La canción puede estar en castellano porque Junqueras ya ha avisado sobre los peligros del nacionalismo excluyente.
De hecho, la presencia en Cataluña de quienes se pasaron por el forro el Estatut y la Constitución podría dar origen a un nuevo modelo de excursionismo consistente en improvisar merendolas en el prado más cercano a las prisiones, con el consiguiente beneficio económico que de ello se derivaría para los habitantes de Sant Joan de Vilatorrada y Figueres, que mientras colgasen lazos amarillos podrían rezar para que la estancia entre rejas de sus ídolos se alargara todo lo posible, que es lo que hacen los indepes de Talarn en relación a la muy rentable academia de suboficiales del ejército español que tiene allí su sede desde tiempo inmemorial.
¿No sería bonito ver subir al autobús a unas yayas de Canet de Mar, por decir algo, con la tartera y la botella de ratafía, comandadas por el cura de la parroquia? Intuyo que Empar Moliner preferiría que los presos siguieran donde estaban, pues siempre hay más cosas que hacer en Madrid, aunque sea la capital del Gran Satán, que en un secarral catalán, pero ahí es donde se distingue al patriota del posturitas. No estaría mal que los indepes reconocieran que el acercamiento no es una obligación, sino un privilegio y un gesto de humanidad por parte del Gobierno español (a ver si dejan de salir a lloriquear en TV3 las parientas de los presidiarios, ya puestos), pero no se le pueden pedir peras al olmo ni glamour a la ratafía, ¿verdad?