Me comentó un amigo que escribe en este mismo medio y que tiene cierto trato con él que Josep Lluís Trapero no está pasando por su mejor momento. Se le ve tenso, preocupado por su futuro (o más bien por su carencia de futuro) y hasta ha vuelto a fumar. Es como si, de repente, fuese consciente de lo que hizo e intuyera que, se ponga como se ponga, lo van a empapelar. Triste destino para cualquier ser humano, y mucho más para alguien que ha basado su carrera profesional en el medro.
El reciente vaciado de sus correos electrónicos desde el verano del año pasado hasta el referéndum del 1 de octubre revela muy claramente que su principal labor consistió en entorpecer todo lo posible la labor de la justicia, haciendo como que los Mossos iban a obedecer al juez, cosa que luego no hicieron; entre otras razones, para no dañar la imagen del cuerpo entre los independentistas, aunque yo añadiría un elemento más: su ansia por agradar y satisfacer a sus jefes políticos, el consejero Forn y el presidente Puigdemont. En uno de esos correos, se comentaba que hacían falta 40.000 efectivos para controlar el referéndum ilegal, pero esa información no se trasladó a la Guardia Civil ni a la Policía Nacional: se trataba, cuando se calentaran las cosas, de apartarse para que los porrazos los repartieran los españoles.
El medrador debe decidir de qué parte ponerse cuando hay divergencias entre los diferentes estamentos que le pagan el sueldo. Y Trapero se equivocó de bando al optar por la sucursal frente a la casa madre
Hay quien considera el episodio de la paella en Cadaqués un simple detalle sin importancia, pero a mí se me antoja muy relevante. Ningún funcionario está obligado a cocinarle una paella a su jefe en casa de la cheerleader mayor del régimen. Se recurre a esa sobreactuación servil cuando uno solo piensa en medrar adulando a sus mandamases. Lo de la paella dice mucho, créanme, y nada bueno. ¿Se imaginan la que habríamos liado todos --¡y con razón!-- si el jefe de la Policía Nacional le hubiese cocinado una paellita estupenda a Mariano Rajoy en la segunda residencia de Paco Marhuenda?
Medrar es moralmente punible, pero a veces resulta premiado socialmente. Para ello, el medrador está obligado a usar el cerebro con sumo cuidado. Como no sabe lo que es la lealtad, el medrador, en casos como el de Trapero, debe decidir de qué parte ponerse cuando hay divergencias entre los diferentes estamentos que le pagan el sueldo. Y Trapero se equivocó de bando al optar por la sucursal frente a la casa madre. Si llega a hacer lo que le ordenó el juez, ahora seguiría siendo el jefazo de los Mossos en vez de estar en un despacho del extrarradio barcelonés dando tamponazos en un despacho. No me extraña que esté tenso y que haya recaído en el tabaquismo. Son casas que le pasan a cualquiera cuando se da cuenta de que la ha cagado: entre los emails, el material que se pretendía incinerar y sus muchas conversaciones telefónicas con Jordi Sànchez, el pobre Trapero encabeza la lista de aspirantes a presidiario. O a preso político, como prefieran.