Tras su discurso (supuestamente) conciliador como nuevo presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent ha vuelto a lo suyo, que no tiene nada que ver con aquello tan bonito que dijo de que había que recoser la sociedad catalana. Proponer la investidura del fugado Puigdemont no recose nada, más bien amplía la superficie a zurcir, pero Torrent se debe a su partido y a su público, lo cual le permite decir un día una cosa y hacer otra al siguiente. Y no contento con eso, le solicita al trepidante Rajoy un encuentro para comentar los flecos de la investidura del fugitivo. Todo parece indicar que el señor Torrent es de los que creen que la aclamación popular limpia de golpe el abultado expediente judicial del candidato a la presidencia, ya que el pueblo está por encima de unos jueces insensibles que, para colmo, obedecen órdenes del Gobierno español.

A cualquiera se le ocurre que un huido de la justicia no puede ser ni presidente de su comunidad de vecinos. A no ser, claro está, que te pases esa justicia por el forro y la sustituyas por una propia, dado que consideras que ya no vives en el Reino de España, sino en la República catalana (cosa que, por cierto, es prácticamente una realidad en montones de pueblos de la Cataluña profunda, donde España ni está ni se la espera). El empecinamiento en nombrar presidente a un (presunto) delincuente solo puede traer problemas y alargar hasta la náusea la aplicación del artículo 155.

 

El nuevo pulso con el Estado que ha iniciado el señor Torrent acabará tan mal como la proclamación de la república

 

Contra lo que dicen los nacionalistas, el Gobierno español no se opone a que la Generalitat la presida un independentista, sino un independentista en concreto, el principal responsable de un conato de golpe de Estado que llevaría unos meses en el trullo si no se hubiese dado el piro, dejando tirados a sus colaboradores. Puchi tiene un problema de caudillismo que sus partidarios no han sabido (o querido) controlar. Bastaba con elegir a otro candidato que no estuviese perseguido por la justicia para poder formar gobierno en un santiamén y afrontar los principales problemas de la sociedad catalana. Pero Puchi y muchos de sus seguidores prefieren el cuanto peor, mejor, el sostenella y no enmendalla. Porque se resisten a dar por muerto el prusés  y a entender que ya no se trata de implementar la república, sino de recuperar la autonomía.

El nuevo pulso con el Estado que ha iniciado el señor Torrent acabará tan mal como la proclamación de la república. A Puigdemont le da igual, pues está muy a gusto en su papel de héroe-víctima-mártir. Lo realmente triste es que cuente con dos millones de seguidores a los que no se les ocurra nada mejor que hacer que tirarse los meses que haga falta dándose de cabezazos contra la pared.