Tabarnia ya tiene presidente. Este martes, durante un encuentro en el Colegio de Periodistas de Barcelona, Albert Boadella pronunció su discurso de investidura, por vía telemática y desde su exilio en Madrid, para no ser menos que Puigdemont, ese friki que anda suelto por Bruselas y que insiste en que es el presidente legítimo de la Generalitat. Nueva vuelta de tuerca al bromazo de Tabarnia, que amenaza con prolongarse en el tiempo y convertirse, según advirtió Joan López Alegre, en la pesadilla de los independentistas. Yo creo que ya lo es, pues si uno se toma la molestia de entrar en los digitales del odio a España --El Nacional, Vilaweb, El Món...-- comprobará que la broma no está haciendo ninguna gracia y solo recibe comentarios severos y denigrantes. El sentido del humor nunca ha sido algo que formara parte del universo indepe, que con las chuflas patrióticas de Toni Soler ya va que se mata. Yo mismo lo pude comprobar cuando publiqué en 2013 el libro que da título a esta sección: la respuesta fue el silencio total, como si yo no existiera y El manicomio catalán jamás se hubiese publicado, pero me enteré a través de diversas fuentes de que había sentado como un tiro.

Los indepes, recordémoslo una vez más, son como esos niños molestos, pesados y propensos a la rabieta que consideran que lo que a ellos les pasa es lo más importante del mundo. Nunca olvidaré la carcajada que se le escapó al hijo de una antigua novia cuando me di un leñazo de narices en su presencia. Seguro que si el leñazo se lo da él y yo me echo a reír, el chaval se pone como las cabras (y su madre me envía a dormir al sofá), indignado ante mi falta de sensibilidad y compasión humana.

 

Los indepes se creen tan importantes que consideran que amargarnos la vida a los demás no solo no es grave, sino necesario

 

Los indepes se creen tan importantes que consideran que amargarnos la vida a los demás no solo no es grave, sino necesario. Se toman a sí mismos tan en serio que cuando alguien se atreve a observarles desde el más cruel pitorreo, se rasgan las vestiduras, se sulfuran en plan Santiago Espot y se arrojan al suelo, donde se ponen a dar puñetazos y zapatetas. Tabarnia se ha inventado para reírse de los indepes, utilizando para ello sus mismos conceptos y hasta sus mismas frases, creando un espejo de su visión ridícula de las cosas. Por eso les ha sacado de quicio y le dan más importancia de la que realmente tiene, pues tampoco desperdician jamás una oportunidad de mostrar su santa indignación.

No se les oculta que bajo la polémica Tabarnia yace la vieja dicotomía entre la gran ciudad y el mundo rural. Pujol detestaba Barcelona y se pasaba la vida en el campo, con los catalanes de verdad. Las grandes ciudades no son de fiar para los fundamentalistas: están llenas de extranjeros, de outsiders, de gente que piensa por su cuenta, de sujetos reacios al gregarismo... Ya a principios de los 80, mi amigo Loquillo clamaba por la creación de una Barcelona Distrito Federal. Tabarnia se ha molestado, incluso, en dividir Cataluña entre la nueva comunidad y Tractoria o Ruralia, pues sus responsables saben que en la Cataluña profunda nunca se ha mirado con simpatía a la capital.

Tabarnia es una broma, sí, pero una broma con una gran capacidad para incordiar al adversario con un arma que éste nunca ha dominado: el sentido del humor.