Siempre que empieza un año me acuerdo de Lucy, la repelente hermana de Charlie Brown, y su obsesión por afirmar que el año supuestamente nuevo era en realidad un año usado. Iban pasando los meses del año teóricamente nuevo y la pobre Lucy sentía que volvía a vivir lo ya vivido y que no se producía novedad alguna. Así se lo hacía saber a su hermano, pero éste, acostumbrado a que su existencia consistiera en una serie de catastróficas desdichas, se conformaba con la repetición. Como él mismo decía en una de sus tiras, "el día de hoy no ha estado muy bien, pero tampoco ha estado muy mal; para mí ya está bien".
No sé si a ustedes les pasa, pero yo tengo la impresión de que cada año es el mismo desde, por lo menos, 2012, cuando se produjo la Madre de Todas las Diades. Llevamos cinco años dándole vueltas al mismo tema y todo parece indicar que así seguiremos en 2018 (o 2016, según Rajoy, que ni sabe en qué año vive ni le importa). Sí, vale, a finales de 2017 vivimos una pequeña catarsis con la declaración de la República catalana, la fuga o el encierro de sus principales responsables, la aplicación del artículo 155 y unas nuevas elecciones que se pretendían el inicio de algo y solo han llevado a una continuación de lo de siempre. Dos millones de catalanes quieren seguir en las mismas y nos marcan la agenda a los demás, quitándonos un tiempo que dedicaríamos gustosos a actividades más productivas y/o estimulantes.
No sé si a ustedes les pasa, pero yo tengo la impresión de que cada año es el mismo desde, por lo menos, 2012, cuando se produjo la Madre de Todas las Diades
No me hago muchas ilusiones con este 2108. Me temo, como Lucy, que nos han endilgado un año usado. No veo diferencia alguna entre el mensaje de fin de año de Puigdemont desde Bruselas y las campanadas de TVE presentadas por el inefable Ramón García, Ramontxu para los amigos: ambos eventos son señales de que nada sustancial va a cambiar, de que todo será prácticamente igual a lo sucedido el año anterior, de que cada uno deberá buscar sus propios estímulos porque la realidad no se los va a proporcionar.
Sé que hay gente que encuentra tranquilizador saber que Puchi piensa seguir dando la tabarra, como la hay que cree que un año no termina hasta que Ramontxu no aparece con su capa española y su sonrisa cazurra en la Puerta del Sol (de la misma manera que, hace años, si tu esquela no salía en La Vanguardia era como si no te hubieses muerto). A mí me causa una desazón horrorosa darme cuenta de que tengo por delante 365 días de la marmota, y me viene de nuevo a la cabeza el poema de Agustín Garcia Calvo: "Y sentados en corro, sonriendo, lo inesperado esperamos, que se levante, levante un soplo de tiempo fresco...".