Es evidente que Carles Puigdemont se ha venido arriba desde que vive en Bruselas. En su última entrevista concedida antes de las elecciones --a Gemma Nierga en 8TV-- volvió a insistir en su habitual mantra de que la cosa consiste en elegir entre Rajoy y él, ninguneando a los demás candidatos y recordándole al encarcelado Junqueras que, aunque salga ganador, está obligado moralmente a cederle el sillón presidencial. Y tranquilo, que le tiene guardada la vicepresidencia (si es que sale del trullo, claro está, y si es que no acaba entrando también Puchi).
Este personaje arrogante y sobrado no tiene nada que ver ya con aquel señor de Girona al que el Astut eligió para que le guardara el sitio mientras él se iba unos meses al basurero de la historia obligado por esas rencorosas de la CUP. Había algo provisional en el nombramiento de Puigdemont, y éste contribuía a dar esa impresión anunciando constantemente su voluntad de volverse a Girona en cuanto pudiera. Pero, de repente, Puchi se vio convertido en protagonista de la Historia de Cataluña y le cogió apego al cargo. Mas pretendía ser quien llegara más lejos en su desafío al Estado, pero acabó siendo su sustituto quien lo llevó a cabo, aunque fuese de una manera un tanto chapucera. El mesianismo del Astut se vio así corregido y aumentado por el señor de Amer, que ahora se siente el guardián de la dignidad del Gobierno catalán y un exiliado a la altura de Tarradellas. Intuyo que Mas debe estar que trina.
Puigdemont cree que el debe ser presidente tanto si gana las elecciones como si no, pues cualquier otra posibilidad es un triunfo para Rajoy y los canallas del 155
Por no hablar de los del PDeCAT, si es que aún existe ese invento para tapar las vergüenzas de Convergència y tratar de que nos olvidemos del 3%. Puchi ha convertido su candidatura en una cruzada personal desde que ERC se negó a repetir Junts pel Sí. El PDeCAT se le ha quedado pequeño y ni siquiera tiene muy claro para qué le sirve. Ha llenado su lista de gente de fuera del partido, ha dejado a los dirigentes de éste sin acudir a los mítines (¡el Astut solo ha podido personarse en uno!) y da la impresión de que no necesita a los (supuestos) suyos para nada. Su excusa es propia de un megalómano: como la situación es tan grave, no basta con un partido para solucionarla y se impone un líder que represente a toda Cataluña (y, además, desde su pensamiento mágico, la justicia española no se atreverá a meter en el talego al ganador de unas elecciones).
Puigdemont se cree tan importante que hasta los que piensan como él son considerados meros comparsas. Él debe ser presidente tanto si gana las elecciones como si no, pues cualquier otra posibilidad es un triunfo para Rajoy y los canallas del 155. Puede que considere las elecciones ilegales, pero no solo se presenta a ellas, sino que exige ganarlas como portador del genuino espíritu nacional. O ser presidente aunque no las gane, ya que cualquier otra opción le huele a azufre.