De todo lo que dijo Josep Borrell en la manifestación del domingo, me quedo con el suave chorreo que les pegó a esos empresarios catalanes que ahora se dan a la fuga después de no haber dicho ni mu durante años: “Ya podríais haber hablado antes”. Opino lo mismo. A fin de cuentas, todos sabemos que los partidos políticos están siempre endeudados con los bancos y que, como dice el refrán, quien paga, manda. Precisamente por eso, la prudencia pusilánime de nuestros queridos empresarios mientras los nacionalistas se iban zumbando cada día más resulta especialmente absurda: ¿Cómo pueden temer a una gente que solo gobierna en apariencia, ya que el gobierno en la sombra, aquí y en casi todo el mundo, lo componen los banqueros, los grandes empresarios y, en suma, toda esa gente más bien despreciable que ha hecho del dinero su única razón de ser?
La prudencia pusilánime de nuestros queridos empresarios mientras los nacionalistas se iban zumbando cada día más resulta especialmente absurda
Si alguien piensa que el Sabadell y Caixabank cambian de sitio su razón social porque les importa España, que le den un premio a la ingenuidad. A sus directivos --para eso están donde están-- solo les interesa el dinerito de sus inversores y, sobre todo, el suyo propio, convenientemente protegido por el BCE. Y les gusta mandar sin que se note, de ahí la actitud aparentemente sumisa ante las chaladuras anacrónicas de iluminados como Puigdemont, al que ahora, tras años de no atreverse a decirle en la cara lo que piensan de él, apuñalan por la espalda con la huida a otras ciudades españolas. Y para acabarlo de arreglar, el Gobierno central les ríe las gracias y les facilita las cosas, en vez de haberse encargado de asegurarles que la independencia de Cataluña nunca tendría lugar y de urgirles a que se quedasen dónde estaban. Otra cosa son los efectos prácticos: donde esté la huida de La Caixa, que se quite la cabra de la legión.
El amor al dinero de esta gente lleva a extremos cómicos, como el que representa la fuga a Madrid del operador bursátil GVC Gaesco, propiedad de Joan Hortalà, próximo a ERC, y su esposa, Maria Àngels Vallvé, de los Vallvé de Òmnium Cultural de toda la vida. Se ve que una cosa es la patria y otra, el eurillo. Y, de hecho, el pionero de la huida a Madrid fue Lluís Llach, que instaló allí la sede de su fundación porque le salía más barato que hacerlo en su querida Cataluña. Aprovecho la ocasión para felicitar al hombre del gorrito por su metáfora fallida sobre la manifestación del domingo, cuando tuiteó que la gente decente se quedara en casa para no ser atacada por los buitres --así los llamó-- que se congregaran ese día en Barcelona. Teniendo en cuenta que los buitres solo atacan a cadáveres putrefactos, no sé yo si la comparación es de las que infunde ánimos a la masa independentista. Asimismo, que Llach se considere carroña me parece una muestra admirable de autocrítica, pero tal vez no debería agrupar bajo esa clasificación a los demás partidarios de la secesión.