Una de las consecuencias más pedestres de la salvajada yihadista en La Rambla ha sido el ataque de autoestima desquiciada que han sufrido algunos procesistas ante la actitud de las autoridades locales y de los Mossos d'Esquadra. Convencidos de que no hay mal que por bien no venga, han venido a decirnos que, gracias al atentado, Cataluña se ha portado como un Estado de verdad que no necesita ni quiere la ayuda y la solidaridad del resto de España.
Este delirio queda perfectamente sintetizado en un tuit del inefable Hèctor López Bofill en el que se deshace en elogios a Cocomocho y la policía autonómica por hacer, simplemente, lo que se espera de ellos en momentos de crisis. De ahí pasamos a la pornografía sentimental ya habitual en este tipo de desgracias: somos estupendos, no necesitamos a nadie para solucionar nuestros problemas y lo hacemos todo de maravilla. Como diría el Señor Lobo de Pulp fiction, "Caballeros, creo que aún es demasiado pronto para empezar a chuparnos la polla mutuamente".
Si los nacionalistas quieren creer que un atentado nos convierte en Estado, allá ellos, pero yo estoy con el Señor Lobo y creo que es un poco pronto para que empiecen a comerse el rabo unos a otros
Dejando aparte las confusas explicaciones del mayor Trapero y las puntualizaciones nacionales del conseller Forn, uno detecta ciertas negligencias en el tratamiento del asunto. Ya sé que es muy fácil hablar a toro pasado, pero cuesta entender que unos terroristas okupas se tiraran seis meses dedicados a sus cosas en una casa de Alcanar sin que nadie se interesara por ellos y sus actividades, pese a que se les había visto entrando bombonas de butano a cascoporro. Tal vez una visita de los Mossos podría haber arrojado cierta luz sobre el tema, digo yo. Pero ya sabemos que el asunto de los okupas se afronta en Cataluña con una pachorra digna de mejor causa y que la ley no se distingue precisamente por defender los derechos del okupado, por lo que no es extraño que dos terroristas cutres hayan tenido todo el tiempo del mundo para preparar sus bombas. Afortunadamente, como no tenían muchas luces, han acabado explotando con sus propios artefactos, en la mejor tradición de Terra Lliure.
Observo también negligencia en el caso del imán de Ripoll. No sé si controlar a los predicadores islámicos depende del Gobierno central o del autonómico, pero no puede ser que acojamos al primer radical que nos envían sin conocer su historial, que en este caso incluye unos añitos de cárcel por tráfico de drogas. En Bélgica, donde esta lumbrera intentó ejercer su apostolado, le pidieron el certificado de penales y no le volvieron a ver el pelo. La desidia ante los okupas es la misma que se ha adoptado ante el montón de salafistas que tenemos por aquí y en cuyas mezquitas no sabemos lo que se dice ni lo que se hace, que en el caso que nos ocupa era adoctrinar a jovenzuelos como aquellos curas vascos que fabricaban etarras con feligreses adolescentes.
Si los nacionalistas quieren creer que un atentado nos convierte en Estado, allá ellos, pero yo estoy con el Señor Lobo y creo que es un poco pronto para que empiecen a comerse el rabo unos a otros.