Artur Mas no tiene la menor intención de volver a la empresa privada, y es de suponer que la empresa privada respira aliviada, ya que su paso por ella fue casi tan glorioso como el efectuado por la política, donde consiguió, prácticamente en solitario, cargarse su propio partido y entregar la presidencia de la Generalitat a un profesor de Historia de Esquerra Republicana muy sentimental y muy de misa, pero no tanto de izquierda.
Nuestro hombre se muere por volver, como el personaje de la célebre ranchera, a nuestros brazos otra vez. El Astut es de los que ve en las crisis una oportunidad de medrar: de ahí que se apunte al martirologio cuando lo juzgan por la charlotada del 9N. Si hace un tiempo se nos presentó en los carteles electorales como una suerte de Moisés, ahora lo hace --en ese desplazamiento al juzgado a pie, que conceptualmente está a medio camino entre el paseíllo torero y la Vía Dolorosa-- como un Jesucristo dispuesto a ser crucificado por los pecados del perverso Estado español. Y no lo hace solo, sino acompañado por 50.000 de sus leales, cual gigantesco clan gitano congregado en torno al patriarca, reclutados entre la población local de Barcelona, los funcionarios que se han pedido el día libre y los jubilados traídos en autobús que, con un poco de suerte, aún podrán acercarse un ratito a El Corte Inglés.
El Astut es de los que ve en las crisis una oportunidad de medrar: de ahí que se apunte al martirologio cuando lo juzgan por la charlotada del 9N
Instalado en el "cuanto peor, mejor", el Astut quiere convertir su juicio en un gran espectáculo patriótico. Es la manera de que nadie le haga preguntas molestas sobre el 3%. Es la manera de seguir estando en el candelero del que lo desalojaron los piojosos de la CUP, una humillación que sigue teniendo entre ceja y ceja y que algún día les hará pagar a esa pandilla de malos catalanes. Y, sobre todo, es la manera de seguir ejerciendo el protagonismo del prusés, que su sucesor a dedo, el Molt Honorable Cocomocho, se dispone a abandonar.
¿Qué lo inhabilitan? ¡Mejor que mejor! Así se carga de más razones para denunciar de nuevo la baja calidad democrática de España. Y entre que lo inhabilitan y que recurre, pasará un montón de tiempo, el suficiente para volver a presentarse a la presidencia de la Generalitat y, tal vez, imbuido de un heroico protagonismo victimario y de su condición de mártir de la patria, ganarlas y dejar a mosén Junqueras con un palmo de narices. Puede que en otro sitio no tuviese la menor posibilidad, pero Cataluña es una sociedad diferente a la mayoría, una sociedad en la que un inepto y un (presunto) corrupto puede ser confundido con un héroe. El martirologio es, en este caso, una nueva muestra de la legendaria astucia del sujeto.