Ya han oído a Xavier Novell, obispo de Solsona: todos debemos involucrarnos en la nueva Constitución catalana. Parece que es nuestro deber como creyentes y como catalanes. A mí me parece que su eminencia se podría haber callado la boca y dedicarse a sus misas, pero también es verdad que eso es lo que pienso cada vez que un cura dice algo, tanto me da que sea un facha español como Rouco Varela que un oportunista catalán como el señor Novell. Me temo que lo he heredado de mi padre, que aunque era muy de derechas, no podía soportar a la clerigalla, a la que consideraba --cito literalmente-- un hatajo de maricones untuosos y aprovechados. El coronel solo respetaba a los capellanes castrenses, sobre todo si vivían con una falsa sobrina a la que se beneficiaban convenientemente.

Evidentemente, si la situación cambia, el señor obispo lo hará con ella: el caso es estar siempre con quien ejerce el poder político y el control social

El caso es que el come curas que habita en mí sale al exterior cada vez que uno de ellos habla a destiempo. No puedo evitar recordar la época en que Franco entraba bajo palio en Montserrat, ni cuando se apuntaron tímidamente a la oposición en cuanto detectaron que, como decía Dylan, los tiempos estaban cambiando. Así como la naturaleza, según Schopenhauer, sólo piensa en sí misma, siendo dudoso el concepto de libre albedrío, la Iglesia dedica todos sus esfuerzos ya no a la supervivencia, sino a imponer sus puntos de vista a la sociedad que la acoge. Y si para ello tiene que sumarse a la corriente de opinión que considera mayoritaria, lo hace sin pensárselo dos veces. Y en ocasiones, sobreactuando, como el obispo de Solsona. El hombre habrá dividido a sus feligreses en dos grupos y, tras calcular a qué bando podía ofender con mayor tranquilidad, ha optado por cortejar a los soberanistas. Evidentemente, si la situación cambia, el señor obispo lo hará con ella: el caso es estar siempre con quien ejerce el poder político y el control social. Si su reino no es de este mundo, la verdad es que los curas lo disimulan muy bien.

¿Y el Papa no tiene nada que decir? Hay que ver la prisa que se ha dado en cesar a ese obispo mallorquín que, tal vez, mantenía una relación inapropiada con su secretaria (casada con un tal Mariano de España, que no creo que sea de la familia porque es personaje influyente y adinerado), mientras ignora que en Solsona hay un sujeto que promueve la discordia entre sus feligreses.

Ya sabemos que la Iglesia prefiere darse de comer y de beber a sí misma que al hambriento y al sediento --¡que te den, JC!--, pero podría tener la decencia de ahorrarnos sus eructos soberanistas y aplicarse el lema de todo parásito que se respete: Come y calla.