Que un barcelonés de origen zamorano dedique lo mejor de su tiempo a trabajar por la independencia de Cataluña tiene su interés desde un punto de vista psiquiátrico, pero que además contribuya, en sus ratos libres, a la autodeterminación del País Vasco, ya lo convierte en un caso clínico digno de estudio.
Todo parece indicar que David Fernández es un devoto de la disgregación y que todo lo que contribuya a acabar con España, tal como la conocemos, cuenta con su aprobación y su colaboración más entusiasta. Y como le sobra tiempo, pues parece que el RUI, la DUI o el Dubidubidú no son inminentes, se va a Euskadi a echarle una manita a su admirado Arnaldo Otegi --el célebre delincuente patriótico vasco reciclado en una mezcla de Gandhi y Nelson Mandela que no se traga nadie que no sea, como él, un fanático-- en su campaña presidencial. Parece que hacerle de palanganero en sus visitas a Cataluña no es suficiente para el señor Fernández, que de esta manera cumple un viejo sueño: dejar de hacerse el vasco para convertirse prácticamente en vasco. Como dice la frase hecha, también hay a quien le da por chupar candados.
La fascinación de Fernández por el mundo abertzale viene de antiguo. En sus años universitarios, nadie le escuchó una crítica a las actividades criminales de ETA, y cada dos por tres se desplazaba a Bilbao para participar en alguna algarada patriótica. Hasta importó a Cataluña ese look infame e inexplicable que distingue en el norte a la juventud independentista: camisetas churrosas, camisas a cuadros, sandalias de peregrino, pendientes, cortes de pelo de los de llevar a juicio al peluquero… No me negarán que es muy difícil distinguir a un cupaire de un votante de Bildu: flequillito para ellas; alopecia más que incipiente para ellos. Nadie conoce el origen de este look, inédito en otros rincones del mundo, pero es evidente que ha calado hondo.
Hasta ahora, Fernández se conformaba con ejercer de anfitrión catalán de Otegi y de cualquier independentista vasco que cayera por aquí. Consiguió ser el chófer de Otegi sin saber conducir, otro detalle muy meritorio, y siempre encontraba tabernas vascas en Barcelona a las que llevar a sus amiguitos. Pero eso no le bastaba: de ahí su presencia en Bilbao para ayudar a su Mandela particular a llegar a lendakari. No sé si es consciente de que, mientras su ídolo estaba en el trullo, el independentismo ha caído en Euskadi de mala manera, pero si lo es, dudo que le importe: aunque los vascos se nieguen a reconocerlo, Otegi es el mandamás que necesitan.
Estamos ante un sueño hecho realidad, un sueño que a los demás puede parecernos estúpido, pero que a Fernández le llena de satisfacción. Le imagino soñando que sostiene un pasaporte vasco y otro catalán y hasta me enternezco.