Como todo el mundo sabe --a excepción de los inevitables reaccionarios que no han podido superar la funesta influencia de la Iglesia católica en su psique--, el metro es un lugar ideal para que la gente practique el sexo y haga sus necesidades. En esa línea de pensamiento, ya hemos podido ver estos días que el de Barcelona se ha convertido en un nuevo espacio de libertad al que solo se oponen los mojigatos de siempre. El metro ya no sirve únicamente para desplazarse de un lado a otro, sino que, además, fomenta las relaciones sociales y rompe tabús trasnochados, como los que apuntan a que el sexo y la defecación son actividades privadas que se llevan a cabo en la intimidad. ¿O es que el metro es un coto privado de la hipócrita burguesía local?
¿Por qué te has de aguantar las ganas de orinar cuando puedes hacerlo tan ricamente en el andén, mientras un ciudadano solidario mantiene abierta la puerta del vagón para que no llegues tarde a tu destino?
Vamos a ver, ¿por qué te has de aguantar las ganas de orinar cuando puedes hacerlo tan ricamente en el andén, mientras un ciudadano solidario mantiene abierta la puerta del vagón para que no llegues tarde a tu destino? ¿Tanto les cuesta a nuestros burgueses coger las escaleras porque el ascensor está ocupado por un señor al que le han entrado ganas de jiñar? ¡Esa gente nunca está contenta! Si el tipo hubiese puesto el huevo en el andén, se habrían cabreado, pero si busca la intimidad del ascensor, se indignan, sin darse cuenta de que no hay mal que por bien no venga y de que, gracias al caganer, tienen que subir escaleras, con lo bueno que es eso para la salud.
En cuanto al fornicio en los andenes, como muy bien ha insinuado la CUP, los jóvenes son así, les hierve la sangre, se les sublevan las hormonas y no les vas a culpar por ello, a no ser que seas un cabrón intolerante, un meapilas y un imperialista patriarcal. Solo un consejo progresista le doy al muchacho del video viral: la próxima vez, siéntate tú y que tu amiga se te ponga encima, porque has adoptado una postura francamente incómoda que dificulta la penetración, propicia calambres y hace que se te resbalen los pies, corriendo el riesgo de acabar dándote un morrón contra el suelo.
Esperemos que el metro no sea el primer espacio de libertad reconquistado y que el ayuntamiento dé ejemplo en sus instalaciones, permitiendo en los plenos el cambio de copa menstrual (más su vaciado en la cabeza de alguien del PP, PSC o Ciutadans) y la masturbación de los concejales, algo prácticamente inevitable cuando toman la palabra los bellezones de la CUP.