Las chicas de la CUP --incluyo en el colectivo también a los hombres, pues el otro día vi por la tele al ínclito Salellas utilizando en femenino la primera persona del plural-- tienen ante sí una tarea titánica, ya que una vez instaurada la república catalana les tocará cuadrar al capitalismo y al patriarcado.
Para conseguir sus objetivos, eso sí, cuentan con un equipo de campanillas que nada tiene que envidiar a los prejubilados Baños y Fernández, aquellas dos lumbreras. Aunque cuesta elegir entre tanto talento a alguien en concreto, yo me he hecho fan de Eulàlia Reguant, esa chica vestida por alguien que la odia y que luce unas vistosas gafas a lo Rappel que se le deslizan nariz abajo en pleno discurso, mientras las cejas se le suben y se le bajan y los ojos se le disparan en todas direcciones, como si pugnaran por huir del rostro que los aloja. Reconozco que nunca me entero de lo que dice porque estoy muy entretenido con el espectáculo gestual, pero ya decía McLuhan que el medio es el mensaje, ¿no?
Creo que, como independentista, Garganté debería haberse tatuado la palabra ODIO en catalán, pero también es verdad que entonces le habría quedado un dedo sin decorar
Siento también una especial debilidad por Josep Garganté, el autobusero de poblada barba y calva rutilante que luce en el antebrazo un tatuaje del Che Guevara y en los nudillos de las manos las palabras ODIO y AMOR, puede que como sentido homenaje al Robert Mitchum de La noche del cazador. Creo que, como independentista, debería haberse tatuado la palabra ODIO en catalán, pero también es verdad que entonces le habría quedado un dedo sin decorar.
Para quienes no lo sitúen, Garganté es el hombre que arrojó billetes falsos de 500 euros en un pleno municipal para explicar sutilmente cómo se las gasta la casta. También es el que le partió la cámara a uno de TV3 porque adivinó, supongo, que bajo su apariencia inofensiva había un fascista. Garganté ve fascistas por todas partes y no pierde ocasión de zurrarles la badana.
Su última víctima, con el que no llegó a las manos, es ese médico que le ha denunciado por intentar persuadirle de que alterara el parte de lesiones de un mantero a la fuga para decir que no se había caído solo al suelo, sino arrollado por algún policía (fascista, claro está). Ante el marrón que se le viene encima, el aguerrido autobusero ya habla de un complot de la Guardia Urbana para llevárselo por delante, a él y a los manteros.
Espero con ansia su próxima hazaña. Y tú, matasanos capitalista y patriarcal, cuidadito con lo que haces, que me he quedado con tu cara, ¡fascista!