Con su visita al penal de Logroño para saludar a su querido y admirado Arnaldo Otegi, David Fernández y Joan Tardà me recuerdan poderosamente a esas mujeres norteamericanas, profundamente perturbadas, que escriben cartas de amor a los asesinos en serie alojados en prisiones de máxima seguridad. Algunas les proponen matrimonio. Otras se conforman con su amistad a distancia, convencidas de que su ídolo es, en el fondo, un buen chico que ha tenido mala suerte en la vida y con el que la sociedad no se ha mostrado en absoluto comprensiva.
Fernández y Tardà me recuerdan poderosamente a esas mujeres norteamericanas, profundamente perturbadas, que escriben cartas de amor a los asesinos en serie alojados en prisiones de máxima seguridad
Para Fernández y Tardà, Otegi no es un antiguo miembro de ETA involucrado en todo tipo de delitos, sino un pacifista en cuyas manos está el futuro de una Euskadi libre. Fernández ha dicho, a la salida, que estamos ante un hombre secuestrado por un Estado español vengativo y rencoroso. Tardà, que le ha hecho llegar la solidaridad de Cataluña, como si Cataluña fuesen él y su cochambroso partido carlista. ¡Y se han quedado tan anchos!
Nuestros nacionalistas radicales siempre han admirado a sus equivalentes vascos. En el caso de Fernández, es prácticamente una obsesión, pues cuando no está en Bilbao manifestándose a favor de los presos, recibe en Barcelona a simpáticos ex etarras a los que se lleva de pinchos y con los que se retrata ufano. Hasta su look, y el de los suyos, está claramente inspirado en el del mundo abertzale vasco: pendientes, camisetas reivindicativas, camisas a cuadros, jerséis a rayas, cortes de pelo absurdos... Una opción estética lamentable, sin duda, pero no tanto como la ética, que consiste en ignorar todo el daño que han hecho los amigos encapuchados del señor Otegi durante más de tres décadas y que, al parecer, hay que olvidar cuanto antes porque lo que importa es el futuro. Un futuro que, según ellos, debería estar controlado por el ilustre presidiario.
No creo que Otegi sea ese príncipe de la paz al que han visitado Fernández y Tardà. Yo más bien veo a un terrorista reciclado en político que un día se dio cuenta de que matando gente no se iba a ninguna parte; un posibilista que abandona antiguos hábitos no por escrúpulos morales, sino porque ya no le son útiles. Fernández y Tardà son muy dueños de ver en él a una síntesis de Mandela y Gandhi, pero que no le transmitan la solidaridad de Cataluña: a muchos catalanes no nos parece que Euskadi, España y el mundo en general le hayan echado mucho de menos últimamente.