La presencia de un bebé en el Parlamento español ha conseguido dividir a la población entre los partidarios de la iniciativa maternal de la señora Bescansa y los que la consideran una chorrada exhibicionista, señal de que todo va estupendamente y nos podemos permitir el lujo de discutir sobre futesas.
Parece que lo progre es estar a favor de que la diputada de Podemos se lleve el crío al curro y lo amamante en público y que lo cavernario consiste en estar en contra. Qué fácil es todo, ¿no? A mí, como ya me da igual dónde me sitúen, lo de la señora Bescansa me parece ridículo pero, si lo aceptamos, deberemos tener en cuenta los posibles agravios comparativos que se establezcan a partir de ahora con respecto a sus colegas.
¿No deberíamos permitirle a Rufián que se presentara en su lugar de trabajo con un orinal e hiciera sus necesidades a la vista de todos? ¿O es que la conciliación fisiológica no merece tanto respeto como la laboral?
Pensemos en el pobre Gabriel Rufián y sus problemas de incontinencia urinaria. Ya tuvo que abandonar un plató de TV3 en pleno debate pre-electoral porque, como reconoció luego, "m'estava pixant molt". Para evitar que esa situación se repita en el Parlamento, ¿no deberíamos permitirle a Rufián que se presentara en su lugar de trabajo con un orinal e hiciera sus necesidades a la vista de todos? ¿O es que la conciliación fisiológica no merece tanto respeto como la laboral?
Yendo al baño se pierde un tiempo precioso y se puede uno saltar votaciones cruciales. Rufián tiene dos manos, y mientras se sostiene la chorra con una, puede apretar el botón de las votaciones con la otra; y si al mismo tiempo la señora Bescansa le cambia las cacas a Dieguito y le pasa el pañal sucio al ujier más cercano, ya tenemos una performance llamada a ser la envidia de todos los parlamentos europeos.
¿Y qué decir de la conciliación creativa o cultural? Si un diputado disfruta haciendo ganchillo, ¿por qué no puede llevarse al hemiciclo la bufanda que está tricotando? Si otros tienen ganas de releer 'En busca del tiempo perdido' o de repasar la discografía del difunto David Bowie --actividades, por otra parte, mucho más estimulantes que la mayoría de las sesiones parlamentarias--, ¿por qué no pueden hacerlo en el escaño?
Si la señora Bescansa tiene derecho a arrastrar a un bebé por un sitio lleno de gente de moral dudosa, también lo tiene Rufián para cambiar el agua de las olivas; y los devotos del ganchillo, de Proust o de Bowie para dar rienda suelta a las pasiones que rigen su existencia. ¿O es que vamos a ser tan reaccionarios como para aducir que las reglas de un club están para respetarlas y no para pasárselas por el arco de triunfo? Mucho cavernario suelto es lo que hay: ¡Fachas, que sois unos fachas!