El asombro que manifestó Paco Frutos en su magnífico discurso el pasado domingo en Barcelona, ante una multitud emocionada con sus palabras, ha causado algunos malentendidos. La autodenominada izquierda del bloque demócrata confundió esa manifestación como una concentración de ultranacionalistas, plagada de falangistas. Incluso un conocido diario digital, que también dice ser de izquierdas, se permitió calificar de manera escolar que dicha manifestación iba en contra de la república, así, sin más adjetivo.

Las manifestaciones del 8 y del 29 de octubre han dejado al descubierto las vergüenzas de cualquier partido de izquierda que se precie de serlo. Incluso en ese mismo escenario, Borrell cometió un desliz mayúsculo que muchísimos de los presentes tuvieron que tragarse: "Puede ser que estemos aquí porque muchos de vosotros durante muchos años, cuando era la hora de votar en elecciones autonómicas, no ibais a votar". En ese momento, una pareja muy mayor compartió un comentario que sólo pudimos escuchar los que estábamos justo a su lado: "No fuimos a votar porque éramos de izquierda, y vosotros los del PSC y del PSUC erais cómplices de Pujol y el nacionalismo". Memoria histórica. Sí, como había dicho Frutos, la izquierda real estaba allí --bastantes abuelos, muchos hijos y algunos nietos--, y de los partidos que dicen ser de izquierdas sólo uno asomó la patita.

Si tanto creéis en la pluralidad, haber ido el domingo a la manifestación, porque fue allí donde se vio que también Cataluña es plurinacional (catalana, española, aranesa, como mínimo)

Las emociones eran tan contenidas que nadie le gritó a Borrell, y usted ¿dónde estaba mientras a nosotros nos ninguneaban?, ¿hacia dónde miraba mientras pedíamos bilingüismo y respeto al mestizaje?, ¿por qué nos silenciaban? Y los gritos se contuvieron porque una grandísima mayoría de los centenares de miles de asistentes no había ido por la unidad de España, como motivo único o principal. No. En sus miradas, en sus palabras y en sus sonrisas se podía entender y oír que estaban allí por su dignidad como ciudadanos, y por la libertad y la convivencia como prácticas irrenunciables. ¿Y por qué tantas banderas rojas, amarillas y rojas y tantos viva España y visca Catalunya? Pues porque se han convertido en el último recurso, el último amparo que muchos han encontrado en una Cataluña nacionalcatalanista que durante años los ha tratado como ciudadanos de segunda, que ha engatusado a sus hijos que para evitar que sus nietos pudiesen ser señalados como charnegos, han catalanizado sus nombres o invertido sus apellidos o se han avergonzado de sus padres o de sus abuelos o de sus primos, esos familiares que no entienden nada, ni siquiera que son unos vagos y unos mantenidos, allá, en ese sur de días de fiesta y más fiesta.

Y ahora, esa izquierda palanganera que no tuvo la decencia de ir, de mezclarse con centenares de miles y miles de trabajadores catalanes, dice que va a apoyar la creación de un Frente Nacional o Popular, que tanto da. Y esa izquierda tiene la poca vergüenza de acordarse de la Segunda República, de nuestra Segunda República, como fundamento de su disparate, que no es otro que ir en coalición con partidos ultras que tienen el racismo identitario como fundamento ideológico, y que dicen hablar por boca de un solo pueblo, como ventrílocuos totalitarios, llámense ERC, PDeCat, CUP o Podem.

Y, por si fuera poco, unos cuantos de esa izquierda reaccionaria exigen el reconocimiento de la plurinacionalidad de España, una figura que al nacionalcatalanismo le importa literalmente un bledo. Pues bien, si tanto creéis en la pluralidad, haber ido el domingo a la manifestación, porque fue allí donde se vio que también Cataluña es plurinacional (catalana, española, aranesa, como mínimo). Defended que se incluya esa abrumadora evidencia en el Estatut, con todos sus efectos. Reconstruid desde abajo la convivencia, por muy difícil que sea, y después exijan que esa diversidad, bilingüe y mestiza se explicite en la Constitución, porque reconocida ya está. Quizás, entonces, podamos creernos que tienen ustedes algo de izquierda, de fuerza política transformadora y defensora de los derechos de los trabajadores. Mientras tanto sólo son unos monaguillos que aguantan el platillo a la elite nacionalista, delincuente y corrupta, que saborea la hostia y el vino, ese misterio de la transustanciación que tanto veneran sus fieles, la Secta de la Única Nación, con la que habrá que convivir, guste o no, por tolerancia.