La política interior y la política internacional constituyen las dos caras de un Estado. Ni de la una ni de la otra sabemos lo que proponen los secesionistas para su imaginaria república. Sin definir su proyecto han movilizado multitudes en la calle y en las urnas. Lamentemos a la vez el fraudulento éxito del engaño y la mansa credulidad de sus seguidores.
Para poner en evidencia su mala fe, o su ignorancia, pensemos por ellos cuáles deberían ser las relaciones exteriores de esa “Dinamarca del Sur”, que dicen que sería su república.
Cuando por fin se dieron cuenta de que nada podían esperar de la UE, ni siquiera del disruptivo Donald Trump, se volvieron hacia Rusia y China en busca de apadrinamiento. Era una “internacionalización” desafortunada para su causa, puesto que a cambio de nada seguro iban a alertar a la UE y a EEUU de la posibilidad de una injerencia peligrosa en el área mediterránea occidental.
Sólo Rusia siguió el juego, a su manera, mediante las habituales intervenciones de desinformación e intoxicación. Pero los secesionistas no obtuvieron nada consistente, ni promesa de reconocimiento ni recursos, pese al empeño de emisarios patosos.
A la vista del estrepitoso fracaso de la aventura secesionista, el Gobierno de Putin se apresuró a declarar angelicalmente su “total apoyo a la integridad territorial de España”. Continuarán con la desinformación desestabilizadora, pero ahí acaba el apadrinamiento ruso.
Para poder ser una “Dinamarca” o al menos un Estado viable en el sur de Europa, la hipotética Cataluña independiente debería pertenecer (como Dinamarca) a la ONU, a la OTAN y a la UE y llegar a ser parte de una maraña de cientos de tratados y docenas de organismos internacionales, pasando previamente por su reconocimiento como Estado. Un largo, azaroso e incierto recorrido. Recorrámoslo con ellos por las tres grandes organizaciones.
En el reciente 75 aniversario de la Carta de las Naciones Unidas, Meritxell Budó, portavoz del Govern, dijo --después de un derroche de fantasía para “mostrar” la participación actual de Cataluña en las actividades de la Organización-que esperaba que “en un futuro cercano un representante del estado catalán pueda dirigirse a la Asamblea de las Naciones Unidas como un miembro de pleno derecho”. Sí, “en un futuro cercano” dijo. Así alimentan las ilusiones de los crédulos.
Para ser miembro de la ONU el Consejo de Seguridad debe recomendar el Estado solicitante a la Asamblea General con el voto favorable de 9 de sus 15 componentes, sin el voto negativo de ninguno de los cinco miembros permanentes del Consejo, y la Asamblea debe aprobar el ingreso por mayoría cualificada de dos tercios: 129 Estados deberían apoyar pues el ingreso de Cataluña, con un --se supone-- previo reconocimiento. Remoto y arduo trabajo convencer a tantos.
Para ser miembro de la OTAN los Estados que la componen pueden invitar por unanimidad a cualquier otro Estado europeo, reconocido como tal, después de comprobar su capacidad para contribuir a la defensa y misiones de la Organización. Y comprobar si sus fuerzas armadas cuentan con recursos suficientes en efectivos, armamento y financiación para cumplir con los compromisos de la membresía. Ni echándole toda la imaginación de Budó le saldrían los números a Cataluña.
Para ser miembro de la UE Cataluña tendría que solicitar el ingreso como tercer Estado --nada de “ampliación interior de la Unión” ni otras zarandajas apuntadas por ideólogos y aficionados del procés-- y cumplir con exigentes requisitos, los llamados “criterios de Copenhague”, aprobados por el Consejo Europeo en 1993 y ratificados en la reunión del Consejo en Madrid en 1995.
Entre otros criterios, la existencia de instituciones estables que garanticen la democracia, el Estado de derecho, el respeto de los derechos humanos y el respeto y la protección de las minorías. Éste es un criterio preliminar, si no se cumple no se ponen en marcha las negociaciones de adhesión o se suspenden, como ha sido el caso de Turquía.
Con el precedente de las ilegales leyes de referéndum y transitoriedad jurídica, que vulneraron todo lo vulnerable de un Estado de derecho, Cataluña tampoco pasaría el examen de este criterio.
Cualquier estudiante que quiera aprobar la asignatura de Derecho Internacional Público conoce los criterios para el ingreso de un Estado en cada una de las tres Organizaciones, por eso el engaño, la mala fe, la estafa a sus seguidores y el ridículo que hacen los secesionistas son tan monumentales.
La república no sólo no existe en la realidad, tampoco existe en la imaginación de los secesionistas. Y no se inmutan por ese vacío total, porque no tratan de vender algo racional y tangible, sino algo ilusorio --que no requiere materialidad-- y de lo que ellos puedan vivir políticamente.