El sector químico catalán (5)
De la Junta de Comercio al ácido sulfúrico: Francesc Carbonell, Josep Roura, Francesc Cros y Joan Timoleont
14 abril, 2019 00:00El ácido sulfúrico fue el pórtico de entrada del sector químico. Atravesó el ochocientos, el tiempo de los secretos guardados en la Junta de Comercio, hasta el principio del siglo XX, con la creación de SA Cros. En esta breve retrospectiva, viajamos entre dos paradigmas historiográficos: el de Orellana en Reseña Exposición 1860, donde se expresa que “la industria química moderna empezó en 1749 con la fabricación del ácido sulfúrico”; y un segundo enunciado, más reciente, que corresponde al profesor Jordi Nadal: “El papel de la Casa Cros es la piedra miliar de la química española”.
La brújula de este conjunto de reseñas dominicales en Crónica Global, ya pasó por la SA Cros de Amadeu Cros hasta llegar a Francisco Godia, un presidente letrado (alejado de la química), empresario-funcionario, y finisecular en el estallido de los años noventa. Ahora, rescatamos la atención en los pioneros, Francesc Cros y su hijo Joan Timoleont. Originarios de Montpellier, el centro químico más antiguo de Europa, los miembros de la familia Cros, junto a Marius Barthelemy, concentraron en Barcelona (primero en su fábrica de Sants y después en Badalona y en el centro del Eixample) sus esfuerzos en la fabricación de sulfúrico y productos derivados.
El sulfúrico definió un comienzo, pero fue el fruto de un cruce entre dos materias primas intermedias: las enormes cámaras de plomo donde se almacenaba el ácido y el derecho de compra de salitre al Estado gestionado por la hacienda pública. El cruce entre ambos factores fue posible gracias a la mediación de Josep Roura, el gran químico de la Junta de Comercio, que concretaba en Cros una de las primeras líneas de transferencia tecnológica entre la investigación científica y la empresa. Francesc Cros dejó su herencia a su hijo Joan Timoleont --el rimbombante nombre del general griego protagonista de Vidas paralelas de Plutarco-- enfatizando así su mentalidad de demócrata convencido y seguidor de las ideas de la Francia republicana. La salida del pionero de Montpellier y su llegada a Barcelona coincidieron con la caída de Napoleón, camino de Elba, cuando “apurando el cáliz hasta las heces, el emperador descubre el odio popular en la Provenza y el Roussillon; le abuchearon a partir de Orange, la antigua ciudad realista, fiel a los Borbones, con gentes cargadas de odio por la sangre derramada durante la Revolución”, escribe Dominique de Villepin en Los cien días.
En las manos de Timoleont, la Cros pasó de los ácidos a los fertilizantes, iniciando así su periplo de expansión y modernidad. La ideología laica de los Cros, en la España de breves bienios liberales, frecuentes asonadas militares y renombradas restauraciones monárquicas, le supuso al empresario un secuestro a cargo de bandoleros salidos de las tristes ensulsiades carlistas de la Sierra de las Guillerías. En lo industrial, la toma de conciencia de la necesidad de un sector químico poderoso es muy anterior. Procede de la memoria de Junta de Comercio de 1844 , donde se apuntaba a la siderurgia y al textil como el centro de la industrialización, sin mencionar al químico. Pero el futuro estaba ya en la entraña del tejido empresarial, porque los algodoneros y laneros catalanes utilizaban enormes cantidades de tintes y materias ácidas para tratar sus productos.
En la primera mitad del XIX, la química y la fuerza de trabajo determinaban los costes de las grandes colonias textiles alineadas sobre los cauces de los ríos Cardener, Llobregat y Ter. El déficit evidente de formación fue subsanado por la reacción de la Junta de Comercio, antecedente de la Cámara de Comercio e Industria y plataforma científica hasta la recuperación de la Universidad de Barcelona.
El castigo borbónico a la ciudad amurallada, después de la Guerra de Secesión, se concretó con el cierre de su universidad y el traslado del elenco de estudios superiores a la Universidad medieval de Cervera. El trivium y el quatrivium del conocimiento tomista ocupaban el lugar de los avances científicos. Había llegado el momento de la Junta de Comercio, nacida en 1758 para restablecer las escuelas científicas, con sus principales cátedras en los locales de la Llotja de Mar (L’obra educativa de la junta de Comerç, publicado por la Cámara). La química se convirtió en la disciplina central a causa del predominio de los industriales estampadores. El cruce textil-químico volvía ser el eje. Francesc Carbonell y Josep Roura se convirtieron en los referentes académicos del momento como profesores formados en la universidad francesa de Montpellier y ampliamente relacionados con la iniciativa empresarial autóctona. Roura, reconocido primer presentador de la llamada pólvora blanca y responsable del primer alumbrado de Barcelona con farolas de gas de la destilación de la hulla. La junta no solo impartió ciencia y contactó con la imaginería industrial sino que, además, representó en las exposiciones internacionales las ciudades de la luz, entre ellas Barcelona y Madrid, donde Roura encendió doscientos fanales de gas, entre la Puerta del Sol y la Calle de Alcalá, con motivo del nacimiento de Isabel II, futura reina.
En 1851 se restauró la Escuela Industrial de Barcelona bajo el reinado de Carlos III, el monarca de las grandes reformas, entre ellas la creación de las sociedades de amigos, que recopiló los logros de Carbonell y Roura. La Junta de Comercio entraba en un declive natural, al ser sustituida por la universidad restituida. Es el momento de las academias científicas, impulsadas por consejos sociales y patronatos privados. Y también la hora de la importación y la caída temporal de la producción nacional. Aparecieron así grupos empresariales como los Vidal Ribas, Ferrer y Compañía, Alomar o Uriach.
La industria química, que había anclado procedente de Francia en los años de la huida napoleónica, esperó pacientemente su renacer al principio de la pasada centuria. Cuando el primer miembro de los Cros llegó a Barcelona, el general victorioso en Brienne y Montereau volvía al exilio bajo el peso de una aplastante derrota. Ayer serviles, los camaradas que le acompañaron en el éxito, hoy se muestran hostiles. Fouché conspira y Talleyrand prepara su jefatura diplomática en el primer Elíseo realista. Cuando el segundo Cros, el joven Timoleont, asume su herencia empresarial del emporio químico, París atraviesa el golpe de Luis Bonaparte, aquella imposición de le Petit Napoleón, que repetirá la tragedia de la historia, pero esta vez en clave de farsa, tal como se estampó en aquel 18 brumario.
La España de la Restauración ofrece un flanco democrático gracias al rey Carlos que inunda el país de nuevos organismos intermedios y vertebradores. La Revolución del Vapor ha sentado las bases de la modernización del aparato productivo español, con la aportación periférica de una nueva burguesía industrial, que tomará el mando, pero no el poder.