Dos meses y una semana después de las elecciones del 14F, Cataluña sigue sin Govern y las negociaciones entre ERC y Junts per Catalunya (JxCat) parece que van para largo. Esquerra no deja de implorar a Junts un acuerdo lo más rápido posible, pero el partido de Carles Puigdemont no tiene ninguna prisa. Alguno de sus miembros ha deslizado incluso que se puede llegar a apurar los plazos, es decir, que se puede alcanzar el límite, que se cumple el 26 de mayo, día en que, si no ha habido investidura, se disolvería automáticamente el Parlament y se convocarían nuevas elecciones.

En Junts insisten en que su intención no es ir a unas nuevas elecciones, pero tampoco se sienten presionados por la fecha del 1 de mayo, que ERC ha fijado como un tope para conseguir el acuerdo. Si las negociaciones alcanzan el límite de tiempo, podría darse el caso de que todo se fuera al garete porque la CUP no aceptase el eventual acuerdo entre ERC y Junts y no hubiera margen para la renegociación, que, en todo caso, tanto Esquerra como el partido antisistema han descartado, al asegurar que del pacto entre republicanos y cupaires no se iba a tocar ni una coma. Pero Junts ha repetido varias veces que no lo acepta, con esa fórmula cursi de decir que “no se sienten interpelados” por el acuerdo.

Después de dos meses de marcha lenta, en los últimos días se han acelerado las reuniones entre ERC y Junts, sin que hasta ahora se aprecien frutos sustanciales. Los negociadores se van intercambiando documentos, pero no parece que las negociaciones avancen de verdad. Aunque una cosa sí que está clara: por lo que se ha ido filtrando, el futuro Govern de ERC y Junts, si finalmente se forma, estará basado en la desconfianza en lugar de en la confianza.

En primer lugar, porque los dos meses largos de parálisis y negociaciones fallidas son una muestra de que se repiten las divergencias entre los dos socios que se produjeron en la anterior legislatura, fallida por las desconfianzas, los recelos y las peleas constantes, especialmente en el año de agonía desde que el 29 de enero del 2020 el presidente Quim Torra decretó el agotamiento del Govern por lo que calificó de “deslealtad” de ERC.

En segundo lugar, y más importante, por la cantidad de órganos de coordinación --en realidad, de vigilancia-- que se están planteando en las negociaciones. Nada menos que cuatro comisiones de coordinación, para el seguimiento del acuerdo y para asegurar su cumplimiento y la resolución de las tensiones que pudieran producirse, según el documento publicado por el diario Ara.  Una comisión parlamentaria, con presidentes y portavoces de los grupos, que se reuniría cada semana; una comisión de seguimiento del acuerdo integrada por miembros de los partidos, del Govern y del Parlament, que se reuniría también con frecuencia; un seminario de todo el Govern que se reuniría cada seis meses para valorar el funcionamiento del pacto, y, finalmente, una comisión de dirección al más alto nivel para situaciones excepcionales de crisis.

¿Qué se puede esperar de un Govern supervigilado y basado en la desconfianza absoluta entre los integrantes? Lo único que se puede esperar es más conflictos, más recelos y más palos en las ruedas entre los dos socios. Y eso sin contar que parece ser que habrá un estado mayor en el marco del Consell per la República para dirigir la estrategia del independentismo. ¿Cuántos sapos más tendrá que tragarse ERC por su empecinamiento en pactar con un partido con el que lo único que les une son declaraciones grandilocuentes sobre la autodeterminación o el “embate democrático contra el Estado”?

La humillación de ERC frente a JxCat roza lo inverosímil. Pere Aragonès fue humillado al sustituir a Torra y no pasar a ser “president” o “president en funciones”, sino “vicepresident del Govern en sustitución de la presidencia de la Generalitat y conseller de Economía y Hacienda”. Fue humillado durante las dos sesiones de investidura fallidas y está siendo humillado en las largas y de momento infructuosas negociaciones. ERC está siendo humillada y está atrapada en las tenazas de Junts por su empecinamiento y por una estrategia equivocada que no le ha dejado otra salida.