Barcelona arde; la democracia es una fortaleza asediada, un reducto amenazado por fuerzas oscuras que responden a un sólo nombre: nacional-populismo. El precio de la deslealtad es el vacío de poder que ha dejado Quim Torra. Y, mientras el Govern implosiona, la figura del ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, se agranda por momentos; vive en vigilia permanente en su comité de coordinación, aunque por las noches también cena, por mucho que le moleste a García Egea.
Con la violencia callejera ha ocurrido como con la música punk: nadie la esperaba hasta que aparecieron los Sex Pistols. Los infiltrados de Torra no son los antisistema de corte internacionalista, aunque haberlos, haylos, como los anarquistas griegos, franceses e italianos. Pero no busquen a profesionales, sino a muchachos desnortados que discurren con normalidad, hasta que se hacen licántropos. El guerrillero urbano del procés se zambulle a medio día y bulle después de media noche. Bajo el sol, es el pacífico doctor Jekyll, pero de madrugada, se convierte en el arrebatado mister Hyde. Practica el dualismo del we against them (nosotros contra ellos), como lamentó el profesor de origen canadiense, Michael Ignatieff, en su conferencia académica pronunciada en ESADE, esta misma semana. Ignatieff califica de inalcanzable la independencia de Cataluña en pleno siglo XXI y critica severamente la deshumanización del contrincante convertido en enemigo.
Hubo un tiempo en que los gobernadores civiles ejercían el virreinato factual en Cataluña; también lo hicieron los alcaldes de Barcelona, como el notario Porcioles, y ya en la Transición, el báculo laico perteneció a Jordi Pujol, que lo retuvo durante tres décadas. En uno de los Estados de Excepción decretados por el Antiguo Régimen, el entonces gobernador de Barcelona, Acedo Colunga, hizo de virrey en las plateas del Paralelo, donde buscaba la francachela del vecindario y se confesaba más partidario de la Ley de Fugas que del intercambio de pareceres. Su antecesor, Garicano Goñi, se catalanizó hasta el punto de salvar al primer Omnium Cultural, después de haber ordenado su cierre. La mala política “es hija de la corrupción”, escribe Paul Preston, en su último libro, Un pueblo traicionado (Debate).
Ahora, en plena democracia garantista, el titular de Interior desempeña la autoridad gubernativa, ante la ausencia de la Generalitat y la distancia de Moncloa. Pedro Sánchez se ha marianizado pasándole los trastos a Marlaska, convertido en el Virrey de Cataluña, tocado dulcemente por el acento primoroso de Ivan Redondo, el letrista. Cuando le llamábamos Grande-Marlasca, el juez Marlaska desmontó a los comandos ciegos de la banda criminal ETA y no les pasó ni una a los de Herri Batasuna, mediopensionistas del terror. Los jovencísimos meninos da noite que ahora queman contenedores, levantan barricadas y se atreven a romper los adoquines --fetiche de la mercancía para los irredentos-- deberían pensárselo dos veces. La nostalgia estética de la Rosa de Foc es inevitable; sus activistas cantan a la luz de las hogueras el Addio Lugano bella, mientras sus jefes y promotores (que solo les condenan con la boca pequeña) practican, desde los despachos, el arte de tirar la piedra y esconder la mano. Marlaska cifra en 400 personas a los violentos entrenados. Por su parte, la Audiencia Nacional acumula a los recién detenidos de la ocupación del aeropuerto junto a la causa de los nueve CDR encarcelados por manejar material explosivo. El juez García-Castellón ha ordenado a la Guardia Civil la clausura de las páginas web y redes sociales de Tsunami Democràtic,en el marco de una investigación secreta por terrorismo.
Al poner el acento en la unanimidad de siete magistrados, la sentencia del Supremo “además de firme es coral”, escribe Emilio Zegrí. Muchos de los que aspiraban a normas punitivas más benévolas se han decepcionado, pero deben entender que, una vez emitido el fallo, los beneficios penitenciarios de los condenados dependen ahora de los vandálicos CDR. En el juicio, la Abogacía del Estado le ganó la partida a la Fiscalía; no hubo rebelión, aunque ahora, este delito se sustancie en las calles de la ira. En el contexto político, Sánchez afirma que no habrá impunidad y Casado abre el abanico de las leyes de excepción; por su parte, el discurso hiperbólico de Ciudadanos alimenta el voto de Vox. Sin embargo, este último trasvase no se traduce en escaños, porque el minimalismo conceptual de los neo-falangistas no convence. Y los sondeos dicen que Vox es un tigre de papel.
Después de esta última semana trágica, toca decir basta en enfilar la aguja. Pero no; la violencia callejera sale del Eixample para ir a más; en los bulevares periféricos, después de la Varsoviana, ya se entona el Bella Ciao. La gran barbaridad de Torra es haber convertido nuestra ciudad en la Sarajevo secuestrada por los chetniks de Milosevic. El president tiene para sí que Cataluña será Serbia o no será. Puigdemont le exige aguantar el tipo y sus socios de ERC no saben cómo sacárselo de encima.
El Virrey afirma que aplicará rigurosamente el Código Penal, pero el daño ya está hecho. A los ojos del mundo, Barcelona es la imagen de una democracia retraída, una Piel de Zapa balzaquiana, en la que los levantiscos ensombrecen a los ciudadanos pacíficos.