El Ibex 35 ha concluido el primer semestre con una demoledora caída del 24,3%. Se trata del peor resultado que el índice cosecha en toda su historia. Tamaño desplome significa que aquellos ahorradores que invirtieron en acciones cotizadas a finales del año pasado, han visto volatilizada una cuarta parte de su dinero.

El coronavirus está actuando como la carcoma. Ha corroído los cimientos de infinidad de sectores económicos. Y, por supuesto, ha impactado de lleno en las lonjas de contratación.

La evolución del intervalo enero-junio no es homogénea. El grueso de la debacle se concentró en marzo, cuando el Gobierno de Pedro Sánchez decretó el estado de alarma y conminó a los ciudadanos a recluirse en sus domicilios.

Durante ese mes aciago, el selectivo nacional se hundió nada menos que un 22%. Con este lastre, el primer trimestre se saldó con un aparatoso recorte del 28%.

En abril-junio, los cambios evolucionaron en forma de dientes de sierra, con sucesivas subidas y bajadas. Pero el cómputo final del segundo trimestre es positivo y permite aminorar los daños hasta el antes citado 24,3%. En cualquier caso, el cruce del ecuador del ejercicio arroja un varapalo gigantesco para los ahorradores.

Si del panorama general descendemos a las magnitudes individuales, es de reseñar que solo cinco valores lograron avances. El quinteto de la fortuna está integrado por la empresa de antenas de telecomunicaciones Cellnex, el fabricante de envolturas cárnicas Viscofan, la eléctrica Iberdrola, la telefónica MásMóvil y la eólica Siemens Gamesa.

Los títulos restantes acumulan flexiones de desigual calado. Algunos de ellos sufren auténticos derrumbes.

Las compañías peor paradas son Banco Sabadell, con un desmoronamiento del 70%; IAG, matriz de Iberia y British Airways, 66%; Hoteles Meliá 52%; Bankia 50%; Repsol 44%; la inmobiliaria Merlin Properties 42%; Santander 41%; y la acería Arcelor Mittal, 40%

El Ibex terminó 2019 con 9.549 puntos. Había contabilizado ese año un apreciable 11,82% de alza, si bien ésta fue una de las más cortas de Europa. Hoy, seis meses después, al doblar el ecuador de 2020, el mercado peninsular yace postrado en los 7.231 puntos.

Las comparaciones con épocas pretéritas son devastadoras. Ponen de manifiesto que nuestro parqué ha sido una auténtica ruina para los inversores de a pie.

El mentado indicador se creó en enero de 1992. Ya ha cumplido, pues, 28 años. En este largo periodo ha vivido acontecimientos de todo tipo, amén de varias crisis económicas. El año más fructífero fue 1993, en plena resaca de los Juegos Olímpicos de Barcelona, cuando acumuló un ascenso vertiginoso del 54%.

En el polo opuesto, el peor dato se dio en 2008, al comienzo de la depresión financiera e inmobiliaria, con un despeñamiento del 39%.

La bolsa española marcó su máximo histórico en 2007. A la sazón, tocó el cielo de los 15.182 puntos. Hoy, transcurridos trece años y medio de aquella cumbre gloriosa, las grandes corporaciones del país experimentan un menoscabo de nada menos que el 52% de su valor.

Los movimientos sísmicos que azotan los títulos de renta variable vuelven a recordarnos que el mundo financiero es algo bastante parecido a una montaña rusa o un casino. Como una y otro, sube o baja por las más variadas circunstancias y motivaciones.

Las inversiones bursátiles solo son aconsejables para espíritus templados y bolsillos holgados. Ante la más mínima duda, el mejor consejo es abstenerse. El dinero almacenado en el banco, u oculto bajo el colchón, no devenga réditos. Pero al menos está a salvo de vaivenes y sobresaltos, en particular los ocurridos a raíz de las actuales circunstancias pandémicas.