En el caso de la agresión a un teniente y un sargento de la Guardia Civil y a sus mujeres en un bar de Alsasua (Navarra), en la madrugada del 15 de octubre de 2016, que ahora se está juzgando en la Audiencia Nacional, todo es un déjà vu. Lo habíamos leído en novelas como Juventud sin Dios, de Odon von Horváth, y en los libros de Historia, lo habíamos visto en las películas, y ahora que se presenta, ahora que se enjuicia “el acontecimiento”, impregnado de todas esas referencias culturales, recuerdos de linchamientos, de orgías de matonismo nazi o maoísta contra los “enemigos del pueblo”, lo observamos como una escena onírica. La masa tribal, la “muta de caza” (Canetti) a la que el rencor larvado, la nocturnidad y el alcohol envalentonan ante la presa desvalida; los años de educación en el odio al extraño que de repente se precipitan en un paroxismo de violencia tienen un aire de pesadilla que se repite. Incluso el detalle de la mujer que se tumba sobre el teniente caído para protegerle de los golpes.

Completa perfectamente la sensación de déjà vu y de irrealidad soñada las declaraciones de los testigos de la defensa: los que dicen que no vieron ni oyeron nada, o sea que en realidad el acontecimiento no ocurrió, y los que dicen que sí sucedió pero no fue sino una típica riña de bar de madrugada, una de tantas, y que si el teniente se fracturó el tobillo acaso fue porque tropezó con un escalón al salir del bar... Y cómo esos relatos exculpatorios se contradicen con el de otro de los testigos de la defensa que --probablemente poco o mal aleccionado antes de declarar-- ha contado cómo la gente pasaba por el lugar, se acercaba a asestar una patada al caído, y se iba. Y suena a déjà vu, también, la complicidad de las autoridades navarras con los presuntos agresores, gente maja, gente del pueblo.

Seguramente algunos de los acusados de Alsasua tendrán tiempo de sobras en prisión para darse cuenta de que en la flor de la edad se dejaron intoxicar por los mitos de la tribu y así fueron empujados hacia la violencia

Son los penúltimos coletazos de ETA, que precisamente estos días anunciaba su disolución y hasta lamentaba haber cometido algunos de sus asesinatos. Seguramente este juicio no acabará en absolución, seguramente algunos de los acusados tendrán tiempo de sobras en prisión --y me apena, no me alegra-- para darse cuenta de que en la flor de la edad se dejaron intoxicar por los mitos de la tribu y así fueron empujados hacia la violencia y hacia la cautividad; sin que tuvieran a su favor el carácter, la educación, la inteligencia o la suerte para resistirse; y tiempo tendrán también para descubrir aquel poema que Kipling escribió después de la muerte de su hijo en combate durante la primera guerra mundial: “If anyone asks why we died / Tell them, because our parents lied” (Si alguien pregunta por qué hemos muerto / diles: porque nuestros padres mintieron”). Jon Juaristi le dio a estos versos una vuelta de tuerca vascuence: “¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes / por qué hemos matado estúpidamente? / Nuestros padres mintieron, eso es todo”. Es posible, dicen algunos observadores, que pronto tengamos de estos versos una versión en catalán, actualizada. Dios no lo quiera. Sería un déjà vu insoportable.