Durante años, los incidentes digitales relacionados con la identidad se han tratado como episodios aislados: un perfil falso, una cuenta clonada o una estafa puntual. Pero lo que está ocurriendo ahora va mucho más allá.

La manipulación audiovisual, la ingeniería social y la falta de responsabilidad efectiva por parte de las grandes plataformas han convertido la suplantación digital en una amenaza estructural con consecuencias profundas para la sociedad, las empresas y las personas.

Las suplantaciones de identidad se han convertido en una epidemia digital que afecta tanto a líderes empresariales como a celebridades internacionales. En las últimas semanas, hemos visto cómo perfiles como los de consultores, tertulianos, CFO, así como personajes públicos eran clonados para promover falsos grupos de inversión en Whatsapp y Telegram, o bien apps.

Lo venimos anunciando desde hace dos años, la tendencia va más allá: se están usando vídeos manipulados con IA de personajes públicos y celebridades como Rosalía, Georgina Rodríguez, presentadores de TV, o tertulianos, así como militares renombrados o científicos, en los que aparentan invitar a la gente a unirse a supuestas ofertas de trabajo o inversiones milagrosas prometiendo ganar “300 dólares al día solo por dar likes” o el cambio en criptodivisas.

El problema se agrava con la aparición de vídeos manipulados mediante inteligencia artificial. Según la organización Maldita.es y la compañía de ciberseguridad ESET, circulan en TikTok y otras plataformas vídeos de celebridades como Rosalía, Georgina Rodríguez o Melody que invitan a supuestas oportunidades laborales o prometen ganar cientos de dólares al día por interactuar en redes.

Estos deepfakes (deepfaces, y deepvoices) están diseñados para explotar la credibilidad emocional del espectador. No solo roban dinero; roban confianza.

Las plataformas tecnológicas no son víctimas de este fenómeno: son facilitadoras. Meta, X y Telegram, entre otras, han permitido que este tipo de contenido se multiplique sin control, escondiéndose tras respuestas automatizadas, procesos de denuncia ineficientes y políticas de transparencia meramente cosméticas.

No basta con ofrecer una verificación superficial, ni con eliminar un vídeo semanas después de su denuncia. Las empresas que concentran la información, la atención y la influencia global tienen la obligación de proteger a los usuarios frente a abusos que ellas mismas están posibilitando. La inacción sistemática ya no puede entenderse como negligencia, sino como parte del modelo de negocio.

El impacto de estas prácticas no es solo inmediato, sino estructural. Para las compañías, supone pérdida de credibilidad y de valor reputacional. Para los personajes públicos, significa desconfianza y deterioro de su capital simbólico. Y para los ciudadanos, implica vulnerabilidad emocional y económica ante fraudes cada vez más creíbles.

Cada suplantación genera una grieta en el tejido social de la confianza digital. Esas grietas, sumadas, erosionan la credibilidad de todo el ecosistema informativo y comunicativo.

Europa ha avanzado en la creación de un marco legal con el Digital Services Act y la futura AI Act, pero la legislación no basta si no se ejecuta con firmeza. No podemos seguir celebrando leyes que nadie hace cumplir. Es necesario exigir a las plataformas que implementen protocolos de retirada inmediata de contenido manipulado, mecanismos de verificación reales y responsabilidades tangibles ante la inacción.

Las sanciones deben ser proporcionales al daño causado, no simbólicas. Mientras la aplicación siga siendo laxa, la desinformación y las suplantaciones seguirán creciendo bajo el paraguas de la impunidad.

Proteger la identidad digital no es un lujo ni una cuestión estética; es un deber estratégico. La reputación ya no se defiende solo con comunicación, sino con inteligencia y ciberseguridad.

Desde OnbrandinG llevamos casi dos décadas trabajando en la detección, neutralización y prevención de ataques reputacionales. Nuestra experiencia demuestra que la clave está en actuar antes de la crisis, no durante ella. La verificación activa, la monitorización constante y la capacidad de respuesta rápida son ya parte esencial de la gestión moderna de la identidad.

Lo que está en juego no es solo la imagen de una persona o de una empresa, sino la confianza como valor social. La manipulación digital mina la credibilidad de todo lo que vemos, escuchamos y compartimos. Si no se imponen medidas inmediatas y efectivas, la identidad digital dejará de ser un derecho para convertirse en un riesgo inevitable.

Y cuando la confianza se erosiona, ningún algoritmo puede repararla. En OnbrandinG llevamos 19 años gestionando riesgos de reputación e incidentes de ciberseguridad, y podemos certificar que esto va a más.