Jornada electoral en Extremadura
Las elecciones de Extremadura: una triple perspectiva
"El PP ha ganado claramente los comicios, pero no ha conseguido su objetivo principal: la mayoría absoluta de los escaños; el PSOE sí ha logrado el suyo, aunque sea uno insólito: conocer cuál es su suelo electoral"
Las elecciones, ya sean generales, municipales o autonómicas, deben analizarse desde tres perspectivas fundamentales: los resultados obtenidos, las expectativas previas y el nivel de abstención. En dichas categorías, en los comicios celebrados en Extremadura el 21 de diciembre, los ganadores y perdedores han sido diferentes, pues los distintos partidos tenían objetivos dispares.
Desde la óptica de los resultados, la derecha ha noqueado a la izquierda, al lograr 24,1 puntos más de apoyo popular. En Extremadura, los partidos conservadores han obtenido los mejores números de su historia y los progresistas, los peores. Los primeros han concentrado el 60,1% de los votos y el 61,5% de los escaños. El partido vencedor ha sido el PP, con el 43,2% de los sufragios y 29 representantes en la Asamblea.
En comparación con los anteriores comicios autonómicos, el PP ha mejorado más en porcentaje de votos (4,3 puntos más) que en número de escaños (uno adicional equivalente a 3,6 puntos), pues la ley D'Hondt le ha favorecido menos que en 2023. No obstante, sus sufragios no han aumentado, sino que han descendido en 7.935 votos respecto a dos años atrás.
Si los dirigentes del PP celebran los resultados obtenidos, cometerán una gran equivocación. En primer lugar, porque ha existido una transferencia neta de votos desde el PP hacia Vox. En segundo, debido a que el partido no ha conseguido atraer a una sustancial parte de los antiguos votantes del PSOE. En tercero, porque la gestión de María Guardiola no ha convencido a muchos de los abstencionistas de la anterior convocatoria electoral de que apoyar su proyecto merece la pena.
En las recientes elecciones, y atendiendo únicamente al reparto de escaños, la única formación derrotada fue el PSOE. En comparación con los anteriores comicios, perdió el 43,9% de los votos, diez asientos en la Asamblea y obtuvo en Extremadura el peor resultado de su historia. El desenlace no ha sido una sorpresa, pues el partido socialista ha hecho todo lo posible para caer derrotado por goleada. Si deliberadamente hubiera intentado buscar su suelo electoral, difícilmente lo habría hecho mejor.
El primer gran error consistió en la elección del candidato. La magnitud de la equivocación fue de tal calibre que la única explicación racional son los intereses personales del presidente del Gobierno. Los sondeos previos lo dejaban claro: Miguel Ángel Gallardo, el cabeza de lista, no proporcionaba votos al partido, sino que los restaba.
Desde el retorno de la democracia, por primera vez un candidato a la presidencia de una comunidad autónoma concurría a unas elecciones estando procesado por la justicia. Un político acusado de haber favorecido el acceso a una plaza de funcionario público al hermano del presidente del Gobierno. En concreto, a la de jefe de la Oficina de Artes Escénicas de la Diputación de Badajoz.
En el pasado reciente, Miguel Ángel Gallardo intentó convertirse en miembro de la Asamblea de Extremadura, dos años después de las elecciones autonómicas, para beneficiarse del aforamiento que protege a los diputados. Si conseguía su propósito, lograba retrasar el juicio al hermano de Pedro Sánchez, al trasladarlo desde un Tribunal ordinario al Tribunal Superior de Justicia de la comunidad autónoma.
Entre los principales problemas económicos de Extremadura, destacan unas deficientes infraestructuras de transporte y una escasa industria. En la actual legislatura, debido a la aritmética parlamentaria, el Gobierno central ha realizado una gestión destinada a favorecer los intereses de Cataluña y el País Vasco y se ha olvidado de Extremadura, una de las comunidades que más apoyo se merecen recibir. Una situación que ha lastrado de forma considerable las expectativas electorales del PSOE en la región.
En la actualidad, Extremadura posee las peores infraestructuras de transporte de España. En primer lugar, una deficiente conexión ferroviaria con las principales ciudades del país. En segundo, una red de autovías nacionales deteriorada como consecuencia de la insuficiente inversión destinada a su conservación. En tercero, un aeropuerto con grandes problemas operativos debido al reciente descarte por parte de Aena (cuyo principal accionista es el Estado) de la instalación de un sistema antiniebla en el aeropuerto de Badajoz.
Durante la campaña electoral resultaba sorprendente comprobar cómo el Gobierno central carecía de un plan sólido para impulsar la industria en la región, pero sí tenía uno definido para desmantelar su principal instalación productiva: la central nuclear de Almaraz. A pesar de la favorable coyuntura macroeconómica, la economía no solo no aportaba votos al PSOE en Extremadura, sino que se los restaba.
En primer lugar, porque era contraria a su cierre la mayor parte de la población extremeña, pues la central nuclear proporciona muchos y bien remunerados empleos a los trabajadores de los municipios próximos. En segundo, debido a que es la mayor instalación generadora de electricidad en España, al satisfacer el 7% de la demanda eléctrica nacional.
En tercero, por su aportación fiscal: paga impuestos por un valor aproximado de 400 millones de euros, de los cuales unos 100 millones de euros van directamente a las arcas de la región. En cuarto, debido a que no existe ningún problema técnico relevante que impida prolongar su vida útil algunos años más y, después del gran apagón, no resulta sensato prescindir de una fuente de producción de energía tan estable.
Desde el punto de vista de las expectativas, el PP ha fracasado y el PSOE ha logrado el resultado esperado. María Guardiola adelantó las elecciones para lograr una mayoría absoluta de escaños y evitar la dependencia de Vox. Ni la ha conseguido ni se ha acercado significativamente a ella. Una deficiente campaña, especialmente durante la última semana, hizo imposible la consecución de un objetivo nada fácil de lograr en una comunidad en la que casi siempre han gobernado los socialistas.
Los vencedores han sido Vox y Unidas por Extremadura. A diferencia del PP y PSOE, ambas formaciones han conseguido aumentar sus votos en un 80,9 y 49%, respectivamente. El primer partido ha conseguido movilizar a antiguos abstencionistas, atraer a bastantes votantes del PP e incluso captar una pequeña parte del electorado socialista. En una sustancial medida, el crecimiento de sus votos está sustentado en la desconfianza de la población, especialmente entre los jóvenes, hacia los dos principales partidos políticos del país.
Por su parte, Unidas por Extremadura ha tenido tres grandes aciertos: concentrar en una única opción electoral a todas las formaciones a la izquierda del PSOE, disponer de una candidata solvente (Irene De Miguel) y desvincularse por completo de las medidas adoptadas por el Gobierno progresista de la nación. Sin duda, el desplome del partido socialista ha contribuido decisivamente a su buen resultado.
Desde la perspectiva de la abstención, los datos de las pasadas elecciones resultan desalentadores. En relación con los anteriores comicios autonómicos, la participación cayó 9,9 puntos, se situó en el 62,7% y supuso el nivel más bajo registrado en la región desde 1977. Un reflejo evidente del creciente hastío de una parte de la ciudadanía hacia la política.
No obstante, he de reconocer que la fecha elegida no era la más idónea, dada la proximidad de la Navidad. En la elevada abstención, también influyó decisivamente la desmoralización de muchos antiguos votantes del PSOE, que prefirieron quedarse en casa antes que votar en blanco o dar su sufragio a otra formación. Finalmente, María Guardiola no ha sabido convencer a los ciudadanos de la importancia de dichas elecciones. En concreto, de cómo un respaldo excepcional a su partido habría mejorado su vida cotidiana.
En definitiva, el PP ha ganado claramente los comicios, pero no ha conseguido su objetivo principal: la mayoría absoluta de los escaños. En cambio, el PSOE sí ha logrado el suyo, aunque sea uno insólito: conocer cuál es su suelo electoral en Extremadura. En el reciente pasado, las medidas adoptadas por el Gobierno central y las decisiones tomadas por su líder regional parecían orientadas a invitar a su electorado a que les dejaran de votar.
El aumento de la abstención ha beneficiado a Vox y Unidas por Extremadura, tal y como generalmente sucede con los partidos minoritarios. También la deficiente campaña del PP y PSOE y el creciente hastío ciudadano ante la corrupción. El primero ha capitalizado a su favor la ola favorable a la derecha que recorre la Unión Europea y el segundo se ha visto impulsado por el desplome del partido socialista.
El resultado electoral ha perjudicado al PP, si su verdadero propósito era alcanzar la mayoría absoluta. No obstante, le habrá beneficiado si el objetivo era otro: evidenciar la falta de respaldo ciudadano al PSOE en una de las comunidades donde casi siempre ha gobernado. Una situación que inquietará a una sustancial parte de sus cuadros, si al peor resultado de su historia en Extremadura le siguiera otro de características similares en Aragón.
En la primera comunidad ha sido vencido el candidato del PSOE que nadie quería, pero a quien el presidente del Gobierno debía recompensar con el liderazgo electoral por los sacrificios realizados. En la segunda, si la formación cae derrotada con estrépito, el perdedor será Pedro Sánchez, dado que Pilar Alegría es una de sus colaboradoras más cercanas.
Si así sucediera, el fuego amigo podría provocar la convocatoria de elecciones generales anticipadas. Un gran número de dirigentes municipales y regionales preferirían que Pedro Sánchez perdiera su cargo antes que arriesgar el suyo más de lo necesario. No obstante, el detonante difícilmente será la presión ejercida desde los principales órganos del partido, dado el temor generalizado a oponerse a cualquier decisión del secretario general del PSOE.
En cambio, el desencadenante sí sería la filtración a los medios de comunicación de algún asunto que afecte muy negativamente al presidente del Gobierno o a su entorno familiar. Giulio Andreotti, siete veces primer ministro de Italia, lo dijo muy claramente: “Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido”.