Parece que no haya cosa menos segura y potencialmente más efímera que las tradiciones. Pueden ser de muerte lenta. Pueden imponerse de un día para otro. En Barcelona se celebraban tremendos carnavales hasta la guerra. Luego el franquismo los eliminó. Con el cambio de régimen volvieron a celebrarse, pero pálidamente. Yo creo que han decaído definitivamente.

Tampoco hace muchos años que entraron de repente en las Navidades españolas esas plantas de hojas rojas, Poinsettia se llaman, y están por todas partes como una plaga triunfal. 

De repente se celebra Halloween, el 31 de octubre. Esta tradición se originó en Irlanda con nabos tallados que supuestamente servían para ahuyentar a los malos espíritus, y cuando la tradición llegó a Estados Unidos, donde se hace todo a lo grande, se adaptó a las calabazas.​ De ahí nos ha llegado. Aparecen por todas partes esas calabazas vaciadas, de sonrisa mellada, y dentro una vela.  

No creo que haga más de 10 años que se celebra el Black Friday

Unos 30 o 40 años hace que se celebra el Día de la Madre: yo lo vi irrumpir, era una fiesta tan descaradamente comercial que creí que no arraigaría. Pues bien, no solo arraigó, sino que, pasados unos años, a su estela llegó, y se impuso, el Día del Padre. También es ya una tradición nueva el Día del Orgullo Gay. El dinero que se le saca a la gente con estas tradiciones de nuevo cuño es tan sensacional que está al caer el día del cuñao

Los Reyes Magos son sustituidos por Papá Noel. Ya hasta se ven desfilando por Barcelona niños y niñas con una diadema con cuernos de alce, un animal del todo extraño a nuestro hábitat, a nuestra experiencia y a nuestra memoria. 

Una tradición exitosa y que está siendo muy copiada por todo quisque es el discurso navideño televisado --“televisado por televisión en la tele”, como diría Catarella, el ayudante tonto del comisario Montalbano--, del jefe del Estado de turno.

Hacen un poco el ridi los analistas que comentan o critican lo que el Rey dijo o dejó de decir este año. Porque el contenido es lo de menos. El sentido de ese discurso no es revelar al pueblo verdades ignotas, ni mucho menos sorprender al personal dando muestras de magnífica desenvoltura y oratoria. No, es un sentido solo simbólico, repetitivo y tranquilizador: aquí no ha pasado nada, y vuelta a empezar. 

Yo estoy a favor: mientras el Rey suelte su discurso cada año, y Bob Dylan no se muera, ya me apaño y ahí me las den todas. 

Pero esta tradición del discurso no solo me gusta a mí. Tanto éxito tiene y ha tenido el discurso del jefe del Estado, aun siendo, por su propia naturaleza, necesariamente inocuo, que el presidente del Gobierno también suelta el suyo, y asimismo han copiado la tradición los 17 presidentes de las respectivas autonomías. Pronto lo harán los alcaldes, en las televisiones municipales. 

Es tal el éxito (por lo menos aparente) del discurso televisado de Fin de Año, que yo mismo he decidido sumarme a la tradición, y entrado en negociaciones con TVE y TV3 para que me reserven unos minutos el día 31 de diciembre, para dirigirme a la nación. 

De momento estas negociaciones se han revelado estériles, y hasta podría decirse que han encontrado el silencio por respuesta.

Ya que (de momento) no dispongo de un canal para poder dirigirme a la humanidad, he decidido pronunciar mi discurso por escrito y dirigiéndome solo a un público selecto y privilegiado: los lectores (y lectoras) de Crónica Global. Espero que la tradición que hoy inicio con este primer discurso se prolongue durante muchos años, y que mis palabras traigan a los lectores conforte y serenidad. 

“Lectoras, lectores. Buenas noches. Es con honda satisfacción, y no menos profundo sentido de la responsabilidad, que me atrevo a asomarme a vuestros hogares, para transmitiros un mensaje institucional, mío. 

Comparezco ante vosotros con mucha alegría de reencontrarme con vosotros, un año más. En estas fechas tan señaladas, en que las familias procuran reunirse, en las que encontramos unos instantes de paz en la brega cotidiana, unos instantes para sonreírnos, para abrazarnos, para disfrutar de la mutua compañía, quiero transmitiros un mensaje de paz, amor y confianza en el futuro.

En el pasado hemos tenido que afrontar serias dificultades, pero todos juntos, con espíritu cooperativo y empatía, con nuestro talento, con nuestro esfuerzo, los hemos afrontado. Así será también con los obstáculos y dificultades que nos encontremos en el próximo futuro. 

Es fundamental la cooperación, la solidaridad, la tolerancia y la generosidad, sobre todo con los que más sufren. Debemos evitar los recelos injustificados, apaciguar los rencores, negarnos a la envidia. No seamos cotillas y maledicentes, al contrario, hablemos bien de los demás. Sustituyamos los arrebatos de cólera, por más que a veces nos parezcan justificados y que nos sobran los motivos, por cordiales sonrisas. 

Sepamos perdonar y olvidar las afrentas recibidas. No esperemos recompensa por nuestras buenas acciones: porque la mejor recompensa es la satisfacción de haber hecho el bien. 

Sepamos compartir generosamente cuanto tenemos con el prójimo, con el necesitado, aunque reservándonos, claro está, para nosotros, todo aquello que legítimamente merecemos y necesitamos.

¡Disfrutemos de los agradables rayos del sol, tan generoso con nuestro país! Y los días de lluvia, procuremos ponernos a cubierto, ya sea mediante un sombrero, una gorra o una capucha, ya sea con paraguas y gabardina. O bien metiéndonos en el primer bar que nos salga al paso. 

Y nada más, queridos lectores y lectoras. Desde el fondo de mi corazón, os digo: ¡Feliz Navidad y un próspero Año Nuevo!”.