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Jordi Pujol, desde su casa, en la primera jornada del juicio contra su familia

Jordi Pujol, desde su casa, en la primera jornada del juicio contra su familia

Pensamiento

El otoño del patriarca

"La macrocausa contra el nonagenario Jordi Pujol ha llegado por fin en este frío otoño a la Audiencia Nacional, y lo hace con la carga simbólica de un ajuste histórico: el declive final de quien durante décadas fue presentado como el padre moral de la Cataluña autonómica"

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Ha tardado más de 11 años, pero la macrocausa contra el nonagenario Jordi Pujol y buena parte de su familia ha llegado por fin en este frío otoño a la Audiencia Nacional.

Lo hace con la carga simbólica de un ajuste histórico: el declive final de quien durante décadas fue presentado como el padre moral de la Cataluña autonómica.

Un patriarca cuya figura parecía inmunizada frente a cualquier sospecha acusatoria… hasta que en 2014 su propia confesión sobre una fortuna oculta en Andorra abrió una grieta imposible de cerrar pese a los reiterados esfuerzos de rehabilitación pública que hemos presenciado los últimos años por parte de los suyos.

La larga instrucción —marcada por complejas investigaciones financieras, recursos de las defensas y todo tipo de retrasos judiciales absolutamente impresentables— desemboca ahora en un juicio que se prolongará hasta mayo, con más de 250 testigos y unas peticiones de pena especialmente elevadas.

La fiscalía solicita hasta nueve años de prisión para Pujol, casi 30 para su primogénito, 17 para la esposa de este y entre ocho y 14 años para el resto de los hijos. La acusación sostiene que el expresident y su familia (contra Marta Ferrusola, el proceso penal se extinguió tras su fallecimiento) levantaron durante décadas una red destinada a ocultar un notable patrimonio mediante sociedades pantalla y comisiones irregulares.

Pujol, de 95 años, ha sido obligado a afrontar el juicio, aunque no desde el banquillo. Su deterioro cognitivo, acreditado por los forenses, ha llevado al tribunal a permitir que asista y declare por videoconferencia desde su domicilio.

Pero su ausencia física no resta fuerza a la imagen del naufragio de un clan familiar, ahora solo los nietos del avi Florenci, compareciendo ante la justicia por los asuntos económicos que durante años fueron un secreto a voces.

La referencia literaria del título, El otoño del patriarca, no es gratuita. No se trata de comparar al expresident con el caudillo imaginado por García Márquez, pero sí de subrayar un paralelismo evidente: el derrumbe de un ídolo que construyó su autoridad sobre una moral incuestionable y una identificación casi orgánica entre la figura del mandatario y la identidad del país.

Cuando ese vínculo se rompió, emergió una realidad menos épica: la fragilidad de un sistema político que confundió institución, partido y familia.

Pese a ello, sus herederos separatistas se esfuerzan para intentar amortiguar el golpe. Ayer, Josep Rius, portavoz de Junts, denunció que Pujol era víctima de un “ataque político”, en venganza por el procés, un ataque contra su legado, un argumento que pretende reducir una década de investigaciones, documentos bancarios y testimonios judiciales a una chusca operación policial de Estado contra el soberanismo.

La complejidad de las operaciones financieras y la magnitud de las penas solicitadas hacen difícil sostener que todo se deba a una persecución política. Cuando los indicios de delito son más que evidentes, señalar la persecución sigue siendo la salida más cómoda.

Lo que está en juego es el cierre de un ciclo histórico: el de un sistema de poder basado en lealtades personales, en el solapamiento entre partido, Generalitat y familia, y en la convicción de que algunos quedaban fuera del alcance del escrutinio.

El otoño del patriarca simboliza no solo la caída de un dirigente, sino el derrumbe de una hegemonía, la del nacionalismo conservador, que durante décadas se creyó imbatible. Y, pese a las protestas de Junts, ese otoño no lo ha traído el Estado español. Lo ha traído el propio pujolismo.