Para los amantes de la música, la canción del otoño es La Perla, de Rosalía. Para los sufridores de la economía, la melodía más entonada tiene como estribillo ¡qué cara está la compra! Una frase que se escucha una y otra vez a la salida de los supermercados, en conversaciones entre amigos y en prácticamente cualquier comida familiar.
La carestía de la cesta de la compra no es una percepción subjetiva, sino una realidad. Entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de octubre de 2025, el precio de los alimentos y las bebidas no alcohólicas aumentó el 37,5%. Un porcentaje sustancialmente superior al de la inflación acumulada (21,7%) y al incremento de los salarios pactados en los convenios (17,7%).
Entre las 60 subclases de alimentos y bebidas no alcohólicas analizadas por el INE, en diez los precios aumentaron más de un 50%, en 25 superaron el 37,5% y solo cuatro registraron incrementos inferiores al de los salarios de los trabajadores (17,7%). Entre las mayores alzas destacan los huevos (77,2%), el chocolate (65,6%), los zumos de frutas (64,4%), la carne de vacuno (54,2%), la leche entera (53,3%) y el café (53%).
El elevado encarecimiento de los alimentos obligó a numerosas familias a modificar sus hábitos de compra. En primer lugar, adquirieron más productos de marca blanca y menos de empresas conocidas. Entre enero y agosto de 2025, la cuota de los primeros en los supermercados creció 1,7 puntos porcentuales y llegó al 45,9%. Una tendencia que llevó a Mercadona a obtener el 27,3% de las ventas de dichos establecimientos, siendo esta la mayor cota jamás alcanzada por un operador.
En segundo, los hogares sustituyeron parcialmente los alimentos frescos por los elaborados, pues los primeros suelen ser más caros que los segundos y, entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de octubre de 2025, su precio aumento en mayor medida (40,1% frente al 33,9%). Una actuación que empeoró la calidad de su alimentación, al reducir las familias el consumo de productos característicos de la dieta mediterránea.
Los principales motivos de la inflación alimentaria han sido:
1) Los fenómenos meteorológicos adversos. En los últimos años, el cambio climático ha aumentado la frecuencia de sequías, heladas y lluvias torrenciales y contribuido decisivamente a reducir la oferta de productos agrícolas. Por tanto, incluso si la demanda de alimentos es similar a la que era, el resultado es un incremento de sus precios.
En el último ejercicio, los dos productos agrícolas más alcistas fueron el cacao (135,2%) y el café (70,7%). En el primero, por cuarto año consecutivo, la demanda superó ampliamente a la oferta. La continua reducción de los estocs generó escasez y propició la entrada en el mercado de numerosos especuladores que compraron la materia prima para venderla después a un precio más elevado.
La demanda de cacao creció por dos razones: el aumento del consumo de chocolate en Asia y la creciente preferencia de los hogares de Europa Occidental y América del Norte por las tabletas con un mayor contenido de la materia prima. La oferta disminuyó por las malas cosechas en Ghana y Costa de Marfil debido a la sequía y a la escasez de fertilizantes.
Una coyuntura similar afectó al café. Por un lado, su demanda aumentó debido al mayor consumo realizado en China e India, donde cada vez más jóvenes lo prefieren al té. Por el otro, la oferta disminuyó a causa de las menores lluvias en Brasil (especialmente en el estado de Minas Gerais) y del tifón que afectó a Vietnam. Ambos países son los dos principales productores mundiales de dicho cultivo.
2) Las enfermedades de los animales. El sacrificio de millones de gallinas ponedoras en EEUU y Europa Occidental debido a la gripe aviar ha provocado una escasez de huevos en todo el mundo, especialmente porque el primer país ha elevado sustancialmente sus importaciones. En dicha nación, en marzo el precio de una docena llegó a superar los ocho dólares, cuando un año antes solo costaba dos.
En España, hasta el momento se han sacrificado 2,5 millones de gallinas ponedoras, aproximadamente el 5% del total. A pesar de ello, el elevado aumento anual del precio de los huevos (22,5%) se explica en mayor medida por el aumento de las exportaciones que por la reducción del número de aves.
3) Disminución del número de agricultores y ganaderos. En las dos últimas décadas, la Comisión Europea ha considerado que existía un excesivo número de agricultores y ganaderos. Para reducirlo, ha ofrecido generosas indemnizaciones a quienes dejaran de cultivar sus tierras y abandonaran sus granjas.
La desaparición de una parte de las explotaciones del sector primario permitiría disminuir el presupuesto destinado a la PAC y reducir su impacto ambiental. Este último aspecto ha sido especialmente relevante para la Comisión, cuya principal prioridad en las dos postreras décadas ha sido la protección del medio ambiente. Hasta el momento, la soberanía alimentaria no le ha interesado lo más mínimo.
4) El impuesto al plástico. En 2023, el Gobierno introdujo un impuesto sobre los plásticos no reciclados de 0,45 céntimos por kilogramo neto. El sector más afectado fue la industria agroalimentaria, pues la mayoría de los alimentos procesados incorpora plásticos de un solo uso. Un tributo trasladado parcialmente al precio de los productos, tal y como sucede con cualquier gravamen de carácter indirecto.
5) El aumento del coste de la mano de obra. En la agricultura y la ganadería, una parte sustancial de los trabajadores percibe el salario mínimo. En los últimos años, un crecimiento de dicha remuneración por encima de la tasa de inflación ha aumentado los costes de producción de las explotaciones y el precio en origen de numerosos alimentos.
Entre las anteriores causas, no figura el aumento de los márgenes de beneficio de la industria transformadora, las empresas distribuidoras y los supermercados. Según la organización COAG, el 1 de enero de 2020 la diferencia entre el precio en origen y destino de una cesta compuesta por los principales alimentos no elaborados era del 345%. En cambio, el 31 de octubre de 2025 la brecha había disminuido y se situaba en un 308%.
En definitiva, el precio de los alimentos suele ser volátil. Por eso, a un período de elevado aumento de su importe no es extraño que le siga otro de agudo descenso. En los últimos años, así ha ocurrido con el litro de aceite de oliva virgen adquirido a los agricultores. Entre el 1 de enero de 2021 y el 31 de diciembre de 2023, su cuantía se disparó el 276,6%, en cambio, en los veinte meses siguientes cayó un 53,4%.
No obstante, lo ocurrido con el anterior producto no ha sido la norma, sino la excepción.
Entre enero de 2021 y diciembre de 2023, los precios de los alimentos y las bebidas no alcohólicas aumentaron el 30,3%, impulsados en buena medida por la escasez de determinadas materias primas agrícolas tras la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, no descendieron después, sino que continuaron subiendo, aunque mucho menos que antes. Entre la última fecha y octubre de 2025, el incremento fue del 4,3%.
La inflación alimentaria no ha perjudicado por igual a todos los hogares, sino que ha afectado en mayor medida a aquellos con menores ingresos, ya que son los que destinan una proporción más elevada de su renta a la compra de comestibles. Ante esta situación, nuestros políticos han demostrado una escasa sensibilidad, pues no han sido capaces de incentivar a los supermercados a crear una cesta de productos básicos al alcance de todos los bolsillos.
