Antes de negar la emergencia climática, Puigdemont nombra a Albert Batet adjunto a la presidencia de Junts. El exalcalde Valls y gran maestro del ladrillo en la Terra Alta se baja de lo inmobiliario para convertirse en honorífico del partido que ha puesto un muro alrededor de la Moncloa. Batet le calentará la silla a su jefe mientras avanzan las perspectivas de regreso de Puigdemont, tras el informe del Abogado General de la UE, que valida la Ley de Amnistía.

Las correlaciones internas de los indepes a secas se mueven de vértigo frente a sus magros avances sociológicos. Su incapacidad expresa el apólogo del águila (Puigdemont) y el cordero (Sánchez); la primera muerde en hueso y el segundo expone los recursos mentales que le permiten no devorar al águila. El hombre de Waterloo juega a ser la eclesia invisibilis para expandir su epístola sin ser percibido, pero su ruido rompe tímpanos. Su auto de fe contra el catalanismo político, que un día predicó, le define como un outsider antiheroico, y sin embargo se le ve venir de lejos. Promueve la profilaxis política sin ideología prefijada, aunque nadie se cae del guindo ante semejante pronunciamiento; hunde sus raíces en una derecha dura antiinmigración solo porque un día la izquierda se le fue de las manos.

Nombrando subjefe a Batet, el expresident, se ha quedado tan ancho. Su recién estrenado vicepresidente hará de vez en cuando una course en province, cargado con papeles de ida y vuelta, convencido de que no hay mejor pradera que la que está cubierta de gallinas. No se acuerdan del 2017; no saben que la reminiscencia es la base de la reconstrucción de la memoria. Ambos metieron la pata con un golpe institucional de colegio de monjas y, ahora, los demonios familiares de España se desbordan por la derecha en una sociedad que “no cree en los hechos” (Noam Chomski) y un “radicalismo creciente en el vacío que deja la izquierda beligerante” (Walter Benjamin). Han perdido el último vagón del tiempo recobrado, la culminación de la teoría proustiana del conocimiento.

Batet abre cada mañana un balcón con vistas de la topografía erosionada, viñedos, pinos y el endémico margalló. Con la Transitoriedad y el Referéndum se limpian las costras del mal paso. Se instaló un día en L’ Arbós del Penedés para no perderse el trocito de tierra indiana y fundirse las arcas del tocho dejando atrás el misterio de sus pingües beneficios. Ahora se siente colonizador en vez de reo. Le acosa la normalidad del anuncio en un edificio de Madrid en el que pone Poder posar un anunci en català enmig de la Gran Via. La ruta del pacto le escuece. No le valen los 50 años de libertad porque los suyos aman el conflicto, y consideran que la institucionalidad del acuerdo Sánchez-Illa es un jardín zen ante el que se quitarán los zapatos antes de entrar.

Batet necesita el ruido y se alinea con Vox al boicotear el acto que presidirán los reyes este viernes en el Congreso, coincidiendo con el medio siglo de España sin Generalísimo. No es de los que mojan la magdalena en el té para acceder al pasado. El Virrey de Junts, recién condecorado, espera a la mascarada de Carnaval para vestirse de vicuña y bailar con la Negra Tomasa, una mujer rotunda, de visión fugitiva y protegida por el corsage, que refugia las caderas criticables.