Argentina no es fácil de entender. Según sus vecinos, es un país lleno de “italianos, que hablan español y quieren ser franceses”. Un país prácticamente sin población indígena (menos del 3%), y no por los malvados colonos españoles, sino por los propios argentinos, especialmente por las campañas del presidente Roca (1880-86/1898-1904), lleno de descendientes de emigrantes de todo tipo y condición que, a diferencia de lo ocurrido en otros países de aquellas latitudes, no todos se hicieron ricos, ni mucho menos.
Y, aunque apaleada y arruinada, Argentina tiene una notable clase media, bien formada y mejor hablada, pues los argentinos, en general, se expresan muy bien. Son, probablemente, la comunidad más numerosa en Barcelona, aunque se suelen disfrazar de italianos.
Los males de Argentina no provienen de la colonización, ni de la independencia liderada por el criollo José de San Martín. Los males vienen por una sucesión de malas decisiones de sus gobernantes salpimentadas por una corrupción en todas las esferas que ha derivado en populismo y clientelismo.
Argentina era una de las naciones más ricas del mundo a comienzos del siglo XX gracias a su riqueza agrícola, ganadera y minera. Llegó a ser la octava economía mundial en 1930, apoyando a muchas economías en crisis, como la española, durante sus posguerras.
Pero leyó mal las nuevas reglas derivadas de la salida de la gran depresión e insistió en tener una economía fundamentalmente cerrada. Poco a poco fue perdiendo competitividad y acabó de rematar su economía un populismo clientelar que ha cercenado la iniciativa, el esfuerzo y el emprendimiento.
La mejor salida para quien quiere prosperar suele ser, lamentablemente, la emigración.
Argentina no tiene ciclos económicos, padece subidas y bajadas propias de una montaña rusa y hace mucho tiempo que solo cae y cae. Ha probado casi de todo en materia monetaria, desde fijar su moneda al dólar a dejarla caer sin freno, ha sufrido ciclos de hiperinflación increíbles, ha privatizado y ha nacionalizado.
Su deuda soberana ha quebrado en varias ocasiones, ha reventado la caja de las pensiones… y ahí sigue, subsistiendo como puede, siendo siempre el país de un futuro que nunca llega.
La elección del anarco-libertario, en lo económico, Milei, hace dos años fue una sorpresa, tal vez una elección a la desesperada. Por el camino del populismo de izquierdas y el subsidio no se llegaba a nada y los argentinos decidieron saltar al vacío sin saber lo que les esperaba. Y han sufrido, mucho.
Ahora hay más pobres que antes y menos ayudas, pero parecía que la situación macroeconómica mejoraba y había algo de esperanza. Un caso de supuesta corrupción previo a las elecciones municipales de la capital fue devastador para la credibilidad de Milei, incapaz de dominar la engrasada máquina de propaganda del justicialismo.
Las recientes elecciones de medio término eran determinantes para saber si Milei podría seguir su agenda de reformas o no. Argentina se lo jugó a cara o cruz, con el apoyo condicionado del presidente de Estados Unidos. Y salió Milei triunfante, para sorpresa de bastantes.
Ahora Milei tiene unos dos años para demostrar que la inflación se puede contener, algo que ya apuntó en la primavera pasada, lo mismo que el cambio con el dólar.
Porque inflación y cambio del dólar son los dos únicos indicadores que valen para el argentino de a pie, todo lo demás puede esperar.
La victoria de Milei ha sido un tranquilizante, al menos en el corto plazo, para los mercados. La bolsa ha subido (+40%) la prima de riesgo ha caído (-600 pb), lo mismo que la inflación (30% anual, frente al 250% cuando llegó Milei), y algo ha mejorado el cambio con el dólar. Ojalá duren estas ratios e incluso sigan mejorando.
Milei no es, precisamente, un político al uso. Populista y lenguaraz es ferviente defensor de la jibarización del Estado, entendiendo que la iniciativa privada lo puede hacer mejor que un sector público hipertrofiado, ineficaz y corrupto.
Pintor de trazo grueso, cuenta a su lado uno de los mayores empresarios del país, Mauricio Macri, quien, sin embargo, no pudo cambiar el rumbo de la nación cuando fue presidente (2015-19).
Lo tiene muy, muy difícil, pero quién sabe si hacer las cosas de manera diferente, muy diferente, a como se han hecho hasta la fecha puede cambiar el giro de un país rico en sus fundamentales, pero paupérrimo en su día a día.
Curiosamente, un país acostumbrado a no cumplir con sus obligaciones internacionales ha acogido una espectacular conferencia de inversores impulsada por JPMorgan. Parece que Argentina se está volviendo a poner en el mapa, ojalá.
Con Milei, Argentina solo tiene dos opciones, puerta grande o enfermería.
