Se queja la Geganta del Pi de que experimenta una tortura diaria esperando el indulto de Pedro Sánchez por sus trapisondas financieras a favor de un amiguete de nombre Isaías cuando estaba al frente de la Institució de les Lletres Catalanes. Su amigo Carles Puigdemont está en una situación similar con su anhelada amnistía, que también tarda en llegar pero, por lo menos, tiene el detalle de ahorrarnos los comentarios melodramáticos de la señora Borràs.

Cuán cierto es lo de que nada es verdad ni es mentira, pues todo depende de color del cristal con que se mira. Mientras la Geganta languidece esperando su indulto, los demás nos preguntamos a qué espera la autoridad competente para ponerla a la sombra unos años. Se tardó mucho tiempo en juzgarla (privilegio exclusivo de los políticos: a los demás se les enchirona antes) y ya ha pasado lo suyo desde que se celebró el juicio, pero nuestra querida Laura sigue en tierra de nadie y es como el gato de Schrodinger: está en el trullo y, al mismo tiempo, no lo está.

Insiste la buena mujer en que el TSJC recomendó su indulto, pero no parece haber entendido que una recomendación no es una orden de obligado cumplimiento. De ahí que Pedro Sánchez no se esté dando mucha prisa a la hora de concedérselo (y menos que se dará después de que Puchi partiera peras con él hace unos días). Y como suele suceder con gente de la catadura moral de la Geganta, se aprecia en su tono quejoso un cierto aire de indignación por el trato que está recibiendo, en vez de dar gracias al Señor, o a la lentitud de la justicia española, por cada día que pasa fuera del talego.

Borràs lo ha intentado todo para evitar entrar en la cárcel. Hasta llegó al extremo de sostener que sus líos con el bueno de Isaías podían encuadrarse en las actividades del prusés y, por consiguiente, debería aplicársele la preceptiva amnistía (no coló, salvo para su fiel Dalmases). Hasta el indepe más contumaz se daba cuenta de que favorecer económicamente a un colega no tenía nada que ver con la liberación de la patria.

Pero ahora insiste en lo suyo y denuncia la presunta crueldad mental que mueve al presidente del Gobierno del país de al lado al no concederle el indulto. Se habría agradecido, aunque sea imposible, que la interfecta reconociera sus mangutancias, pidiera perdón a los catalanes y solicitara humildemente el indulto a las autoridades españolas. Pero ella sigue sosteniendo que no hizo nada mal en la ILS (por no hablar de su participación en el grotesco golpe de Estado de su amigo Puchi).

Laura siempre fue altiva, malcriada y grosera en sus años de, digamos, esplendor, cuando era el valor en alza del mundo convergente. Y lo sigue siendo ahora, cuando tiene que ganarse la vida gracias a una plaza en el funcionariado español. El antiguo régimen ha hecho lo que podía por ella, aunque dentro de un orden: me la han puesto a dirigir una fundación absurda, aunque independentista, en la que no rasca ni un euro. Y sus apariciones en prensa y televisión se han reducido notablemente, como las de su amiga Pilar Rahola, que desde que se deshicieron de ella en TV3 y La Vanguardia, tiene que depender aún más que antes del Gran Hermano Sionista.

Harta de ser ignorada, ahora nos sale con lo de la “tortura diaria” que sufre por culpa del presidente del Gobierno quien, probablemente, se ha olvidado de ella, como el resto de nosotros. De la tortura diaria que sufrimos sus víctimas durante el prusés no dice nada, supongo que porque nos la merecíamos según su punto de vista.

La condenaron a algo más de cuatro años de encierro. Y sabemos que no cumplirá entera la condena, pero un par de añitos le irían muy bien para reflexionar, para darse cuenta de que sus deseos no son órdenes para nadie y para llegar a la conclusión de que en Cataluña hay más gente que no piensa como ella.