Algunos están empezando a sospechar –y motivos no les faltan-- que las comisiones de investigación en el Parlamento, en el Senado, son una herramienta concebida para tres cosas, y ninguna de las tres es averiguar ninguna oculta verdad gracias al interrogatorio de sus señorías a los comparecientes. Y esas tres cosas son:
1.-- Que los participantes se luzcan.
2.-- Que cobren un plus (de ahí que se llamen “comisiones”).
3.-- Degradar todo lo posible al investigado.
Y algunos observadores (entre los que me cuento) de desconfianza que roza con la paranoia, sospechan que hay un cuarto motivo para la existencia de las comisiones de investigación: nuestros congresistas y senadores son todos agentes de Putin, el autócrata ruso les paga para que desmoralicen al personal. Su siniestra tarea es insuflar en los ánimos la idea de que la política es algo muy vulgar y los representantes del pueblo (espejo o metáfora de éste) no tienen más dignidad que los contertulios de Jorge Javier Vázquez, María Patiño y demás patulea de la telebasura. Abandónese toda esperanza.
El espectáculo de ayer en el Senado, donde el presidente del Gobierno –es curioso: siempre he sentido una extraña resistencia a escribir o pronunciar su nombre-- compareció para responder a las preguntas de sus señorías sobre los asuntos de corrupción en su Gobierno fue eso: otro “espectáculo”, y no precisamente de muy alto vuelo. Pero lo habían sido ya, en años pasados las comisiones en las que fueron obligados a declarar Rajoy y Aznar. Sufrieron un chaparrón de insultos, procuraron mantener la dignidad y asomar la zarpa de vez en cuando, y salieron de rositas, como el compareciente de ayer.
El otro día había comparecido ante la misma comisión de investigación el periodista David Alandete, corresponsal en Washington del diario ABC (antes de El País), al que el ministro Puente acusó de ser un traidor a España. Se comió a sus señorías con patatas y sin necesidad de alzar la voz. Pero es que siempre sucede lo mismo: tras su escritorio en el estrado, el interrogado queda (por lo menos, en mi mente) como una persona más o menos cabal acosada por una jauría de tipejos insidiosos con ínfulas pomposas de retórico. Mucho ruido y pocas nueces. Nunca le hacen un rasguño.
¿Para qué rayos existen las comisiones de investigación, si está claro que sus señorías no pueden “investigar” ni averiguar nada que no hayan investigado previamente, hasta allí donde les lleguen sus poderes y su pericia, los jueces y la policía? El diputado Fulano no es Maigret, ni Poirot, ni Sherlock Holmes, que gracias a sus sagaces y porfiados interrogatorios vaya a sacar a relucir ninguna verdad oculta. Eso queda de entrada descartado. Lo máximo que va a conseguir es ensuciar el nombre o la reputación del compareciente, a base de insultarle, y ni eso suelen lograr, ni siquiera los más maleducados y ofensivos, que a lo que he visto son los señores Iglesias y Rufián.
Me pregunto: ¿qué ganó ayer –no fue el peor, según todos los cronistas-- el señor Eduard Pujol, representante de Junts en la comisión de marras, con llamar reiteradamente “trilero” al presidente del Gobierno? ¡Uy, lo que dijo! ¿Creerá de veras que pasará a la historia por la jaimitada de decir lo que todos sabemos y decirlo en la forma más ordinaria que se le ocurrió?
Hay que ver en estas comisiones otro ejemplo de irresponsable derroche de tiempo y dinero de los contribuyentes. Se ahorraría un poco suprimiéndolas, sus señorías ya disponen de dos cámaras, y 17 parlamentos regionales, innumerables plenos municipales y programas de televisión para ofenderse unas a otras cuanto gusten.
