El PP de Alberto Núñez Feijóo lleva meses acusando al PSOE de promover una pinza con Vox para deteriorar a los populares. Es más, acusan al PSOE de que Vox está rozando el 20% de los votos por sus políticas que persiguen la erosión de los de la calle Génova. Es cierto que las encuestas están apuntando a un desplome de los populares.
Algunas incluso colocan al PSOE con un mayor número de diputados, pero no por méritos propios sino por deméritos del PP. En las últimas semanas, todos los sondeos registran una caída de los populares por el traspaso de votantes a VOX que El Mundo cifra, nada más y nada menos, en un millón. Coinciden las de El País, El Periódico, Opina 360 -que marcó el camino-, ABC e incluso La Razón, que todavía mima los resultados del PP, pero que registra también un aumento de Vox.
En el PP aseguran que “el principal aliado de Vox es Pedro Sánchez”, como dijo el presidente de Aragón, Jorge Azcón. Como sigan así, será Pedro Sánchez el culpable del crecimiento de la ultraderecha en el mundo. Lo peor en política, como en la vida, es señalar al “otro” de los errores propios. ¿Nadie en el PP se ha preguntado por qué decenas de miles de sus votantes se pasan en masa a Vox?
Los votantes de la extrema derecha no son solo fascistas anclados en el recuerdo de un franquismo blanqueado. No son solo aquellos que piensan que el dictador hizo un favor a España dando un golpe de Estado. Ahora en la bolsa de votantes de Vox hay mucho cabreado con el sistema y la democracia. Los hay que piensan que el PSOE aupado por la España plural es un gobierno ilegítimo. Y lo piensan porque el PP lo ha alimentado desde el minuto uno, incapaz de asumir su impotencia para llegar a la Moncloa.
Los hay que piensan que la democracia es un régimen caduco y se entusiasman viendo a Trump o Milei odiando "a los zurdos", como diría el autoritario argentino. Y eso, precisamente, es lo que admiran. Es el autoritarismo que promete soluciones mágicas en una sociedad donde los jóvenes tienen problemas de acceso a la vivienda, donde la inmigración es el epicentro del discurso del odio, donde fallan demasiadas cosas por décadas de desinversiones, donde la sanidad hace aguas, donde la educación no llega a unos mínimos o donde tener empleo no es sinónimo de calidad de vida.
El PP se ha puesto a competir con el autoritarismo en su terreno de juego, sin darse cuenta de que ellos también son establishment, que también son parte del problema. La gestión de los incendios de este verano en Castilla y León, Galicia o Extremadura, la dana de Valencia y el mantenimiento de Carlos Mazón como presidente, o el caos en la gestión del cáncer de mama en Andalucía los convierten en tan culpables como los zurdos. Y si además jalean el discurso del rancio nacionalismo español que dibuja como enemigos a ultranza a vascos y catalanes, solo abonan un discurso que habla de una España homogénea -una y no cincuenta y una- que cuestiona el modelo de estado y que alimenta un caladero de votos que denigra al diferente --sea catalán, vasco, magrebí o subsahariano-- levantando la bandera de los españoles, primero.
El PP se pega un tiro en el pie un día tras otro sin que nadie se pare a pensar. Feijóo ha puesto además el foco contra la corrupción --supuesta-- de Pedro Sánchez para derrumbarlo, cuando el espectáculo lamentable de los Ábalos y los Koldos solo alimenta la idea de que esto no funciona.
La llegada de Montoro no ayuda al PP, sin duda, pero tampoco los lamentables y bochornosos montajes sobre Begoña Gómez, el hermano del presidente o el fiscal general, bien atizados por los populares y sus tentáculos mediáticos y judiciales. Solo alimentan el desasosiego y el enfado de miles de ciudadanos que se refugian en el autoritarismo con la esperanza de cambiar sus vidas y anular a todos aquellos que no piensan como ellos. Las redes sociales y las fake news son su principal caldo de cultivo y ellos se hacen fuertes sin hacer nada.
El problema del PP es que no saben que son parte de la dirigencia del país y que miles de españoles, si quieren optar por el autoritarismo, no quieren una copia, quieren el original. Y ese original es la extrema derecha. El PP es una mera copia, con la excepción de Ayuso, of course. Y de momento hacen bueno el principio de Peter, situándose en su máximo nivel de incompetencia.
