El despropósito de los fallos en el sistema de cribado de cáncer de mama en el Servicio Andaluz de Salud (el SAS), otrora el mejor servicio de sanidad del mundo, es la segunda prueba en pocos días de que las mujeres en España somos ciudadanas de segunda, si bien nos va.

Después del escándalo de las pulseras defectuosas del “Todo a cien”, que tenían que cumplir la nimia misión de proteger la vida de las mujeres en riesgo extremo de ser atacadas por potenciales feminicidas, ahora vemos cómo, de nuevo, lo que puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de miles de mujeres se le escapa al sistema.

Desgraciadamente, en el ámbito de la salud esto ni es nuevo ni es insólito. La política sanitaria pública ha decidido siempre que no se invierte en las mujeres. Que puede salvar a algunas, aunque haya recursos suficientes para salvar a todas las posibles, pero nunca hubo voluntad política de hacerlo.

Todos los médicos y expertas recomiendan ya hace mucho tiempo que las mamografías se tienen que hacer a partir de los 40 años y, con suerte, en algunos servicios públicos empiezan a los 50 y se repiten de higos a peras.

Igual de flagrantemente escandaloso que el sistema de prevención del cáncer de mama es la situación del cáncer de cuello uterino, provocado casi en su totalidad por el virus del papiloma humano. Existe desde hace muchos años una vacuna que previene ese virus y, por tanto, evita desarrollar ese cáncer. Lo lógico sería vacunar a todas las mujeres del único cáncer que tiene vacuna preventiva. Pero no es así.

Nos han vendido la trola de que la vacuna sólo funciona cuando te la ponen antes de empezar a tener relaciones sexuales, pero eso es, directamente, mentira. Las y los médicos están reclamando que se vacune a toda la población y, cuando menos, a todas las mujeres de cualquier edad. Y la propia seguridad social contempla en sus protocolos que si una mujer adulta está infectada del virus y desarrolla lesiones precancerosas, se le administra la vacuna. Prueba irrefutable de que la vacuna funciona hasta en infectadas.

Pero no se pone la vacuna. Si la quieres, si quieres protegerte del único cáncer que tiene vacuna, debes gastar 600 euros para adquirirla. ¿Ustedes se imaginan que hubiera una vacuna para prevenir el cáncer de próstata y que los hombres que se la quisieran poner tuvieran que pagar 600 euros para prevenirlo? Impensable.

Parece ser que no puede el Estado invertir 600 euros una vez en la vida en la salud de sus ciudadanas, pero sí en el bono cultural de 400 euros para adolescentes, que suele acabar en videojuegos, o también en subvencionar billetes de interrail para que se peguen unas buenas vacaciones que los que curramos ahora ni soñamos tener cuando estudiábamos. Cuestión de prioridades.

Yo creo que incluso en términos de ahorro y gestión económica, cuesta mucho más un tratamiento de cáncer en una paciente que administrar una triste vacuna o hacer una miserable mamografía o ecografía. Obvio, pero como jamás se nos ha dado nada, la inmensa mayoría de las mujeres que conozco toda la vida han tenido que pagarse su salud ginecológica en mutuas privadas para poder tener pruebas periódicas fiables. La que ha podido, claro. La que no, pues a tener suerte.

Lo que sí hacemos todas las mujeres es pagar exactamente los mismos impuestos que los hombres, todos aquellos que nos piden. Y ahorrarle un montón de pasta al Estado cuidando niños, mayores, enfermos y dependientes, cosa que, si tuviera que sufragar la Administración a precio de mercado, se quedaba en bancarrota perpetua.

Así que puede estar tranquilo Moreno Bonilla de que sólo hayan sido las mamografías las que han fallado y que las mujeres estamos más que acostumbradas a no tener una Sanidad pública acorde con nuestras necesidades más básicas de supervivencia, y que a la otra mitad de la población tampoco le importa demasiado.

Él perderá mucho menos en este lance político de lo que ya han perdido muchas mujeres a las que no se las cuida.