No existe una definición oficial de lo que es un asesino en serie. La concreción más aproximada la dio el agente especial del FBI Robert Ressler en los años 1970, y designa a un individuo que asesina a tres o más personas en un lapso de 30 días o más, con un intervalo de tiempo y/o espera entre cada asesinato, y cuya motivación usual es la gratificación psicológica que le proporciona cometer dicho crimen, aunque no necesariamente la única. Es decir, un zumbado que pela gente en periodos mínimos de 30 días y cuya matanza se puede dilatar en el tiempo hasta que lo pillan o se entrega. Al necesitar un móvil psicológico, quedan excluidos los sicarios.
No debemos confundir a los asesinos en serie con los asesinos en masa, que son aquellos que cometen múltiples asesinatos en una ocasión aislada y en un solo lugar. Por ejemplo, los genocidas o los que se lían a tiros en una escuela en lo más profundo de Estados Unidos. Tampoco caben los asesinos itinerantes, que son los que cometen múltiples asesinatos en diferentes lugares, dentro de un período que puede variar desde unas cuantas horas hasta varios días. A diferencia de los asesinos en serie, ellos no vuelven a su comportamiento normal entre asesinatos. O sea, el que va y viene y por el camino se entretiene…
El asesino en serie es un clásico de la crónica negra o de sucesos, denominación más exacta. Me niego a usar la cursilería de “true crime”. El inglés, idioma comparativamente bastante escaso de precisión en su vocabulario, se queda muy corto. Les conviene a ciertas estrellitas del reporterismo cutre y buenista para envolver sus carencias lingüísticas (algunos incluso usan “negros” para escribir sus éxitos literarios). La palabra inglesa “crime” significa crimen. Y crimen es cualquier clase de delito. Por tanto, el “true crime” o “crimen real” se puede aplicar tanto al crimen de sangre y viscerilla como a la corrupción, robo, estafa, etcétera. Quizás sea por los años que llevo relacionándome con autores y víctimas, el motivo por el que particularmente considero que el rey de los crímenes es la estafa; incluso su hermano pequeño, el timo. La estafa requiere una inteligencia, una preparación y una puesta en escena mucho más compleja que el asesinato. Sin olvidar el robo butronero, aunque ese necesita más ingeniería que psicología y “mise en scène”.
En los 90, tuve un cliente que mientras esperábamos pacientemente a ser llamados para entonar una declaración judicial (que ya teníamos más que sabida por repetida), desfiló -a paso ligero y con airado porte- un financiero catalán muy de moda en aquella época y que encaminaba sus pasos hacia nuestro mismo Juzgado. El plutócrata era algo gorderas, con los ojos azules, cara de no haber roto un plato jamás... Lo más veteranos sabrán suponer a qué señor me refiero. Bien, pues cuando llegó a la altura en la que mi cliente y yo nos encontrábamos, mi defendido me propinó un codazo y, con el mismo tono de rendido fan quinceañero que ve a su ídolo descender del escenario, soltó admirado: “¡Es él!” Acto seguido se levantó y le gritó “¡Maeeestrooooo!”. Un chorizo roba 1.000 euros. Un estafador obtiene 100.000 euros. Un financiero hace que los demás inviertan millones de euros en negocios que sólo lo son para ese mismo financiero. La diferencia es que en muy pocas ocasiones se obtiene el retorno del dinero.
Volviendo al tema, debemos aceptar que las “matancias” (que decía mi hija de pequeña) tienen más atractivo. Se piensa menos y la ecuación es más sencilla: A mata a B, C, D, etc... No hay más: los asesinatos son al crimen lo que los mensajes de la red X (antiguo Twitter) a la literatura. Eso sí, para el común, contra más truculenta sea la muerte, mejor. ¿Motivos para dicha fascinación? Pues lo mismo que los culos: cada uno tiene el suyo. Quizás el denominador común sea lo inexplicable que para el público puedan ser las vueltas de cada personalidad. El atractivo de lo desconocido. También puede que, para algunos, se dé un cierto punto de admiración hacia aquel que se atreve a dar matarile a unos y otros. Hay bastante psicópata socialmente adaptado.
Muchos -no todos- de los asesinos en serie tienen algo en común con la ludopatía: buscan perder. En su caso, que los detengan. Puede que sea porque bastantes consiguen eludir la responsabilidad penal alegando flojera mental (técnicamente, sería un inimputable: aquel que por una serie de circunstancias técnicas no puede ser acusado). El estafador, no; su objetivo es alzarse con el pastizal y que no lo trinquen porque es muy consciente de lo que está haciendo. Lo cual abona mi tesis de la complejidad entre una y otra clase de crimen: el riesgo carcelario (no por años de condena, sino por facilidad para ser condenado) es mayor para la estafa que para el asesinato. Por ende, en muchas ocasiones, el estafado prefiere callar que reconocer su codicia e ingenuidad; sobre todo a partir de ciertos niveles sociales, de las cantidades desplazadas o del origen de los fondos (si es dinero blanco o negro). Ni en un caso ni en otro hay estadísticas proporcionales.
Rascando en la red, he averiguado que, en 2020, EEUU tuvo 3.613 asesinos en serie reconocidos sobre una población de 331.500.000 habitantes. Implica un 0’00010% de asesinos en serie.
En el mismo año, Reino Unido tuvo 176 “serial killers” sobre una población de 66.740.000 habitantes. Un 0’00026 %. Por tanto, los británicos se erigen en líderes del mundo occidental en cuestión de asesinos en serie. Si Dios los puso en una isla tan desapacible debió ser por algo…
En el mismo año, en Francia hubo 14 para una población de 60.200.000 habitantes. Lo que equivale a 0’000023 % de asesinos en serie para la población francesa de ese año. Cuatro de ellos fueron mujeres con bastantes muertes a sus espaldas. Francia siempre a la cabeza de la “égalité”…
En España, en el mismo periodo y con 40.570.000 habitantes, solo tuvimos cuatro asesinos en serie. Un 0’0000098 % sobre nuestra población de entonces. En España, lo que se dice en serie, matamos poco. Uno de esos cuatro, en realidad es inglés, aunque parte de sus crímenes los cometió en España. Otra dio pasavolante a toda su familia en cuatro años y todos mediante veneno. Pero no mató a nadie que no fuera esposo e hijos. El tercero obró igual: se “limitó” a su primera mujer e hijo y a la segunda esposa y al cuñado (es que hay “cuñados” que se lo buscan solitos). Solo el cuarto salió del ámbito familiar y liquidó a gente ajena a ese círculo. ¿Cabe considerar a España como la cuna de una nueva especialidad: el asesino en serie de familia? Algo así como el médico especialista o el internista, pues el asesino en serie de cabecera…
