Estoy convencido de que pedir una ayuda pública en España es, a veces, como intentar ganar la lotería. Muchos anuncios, promesas altisonantes y, al final, la sensación de que nunca te va a tocar.

Lo digo por experiencia propia. Hace unos meses intenté solicitar una de esas tan sonadas ayudas Next Generation para cambiar las ventanas de mi casa. Ingenuo de mí, imaginé que sería sencillo; bastaría con rellenar un par de formularios y me ingresarían la ayuda directa a la cuenta. Nada que ver con la realidad.

Lo primero que me encontré fue un laberinto de papeles y requisitos técnicos que no entendía ni el tipo que vino a tomar las medidas. Dos certificados energéticos -que, tonto de mí, hice-, una memoria del proyecto, permiso del ayuntamiento -tan solo para cambiar unas ventanas y que afecta a la via pública-, justificantes varios... Sinceramente, no sabía si debía montar una reforma o plantarme a defender una tesis doctoral. Peor aún, las empresas que se suponía me debían asesorar tampoco sabían por dónde empezar. Al tercer intento, y tras ver la cara de susto de un comercial de ventanas, decidí dejarlo correr.

Pensé que tal vez solo era yo, que igual con otros programas sería distinto, pero ahí apareció mi amigo Xavi para sacarme de dudas. Él, autónomo de los de toda la vida, lleva semanas a vueltas con el famoso Kit Digital, ese con el que el Gobierno prometía la digitalización exprés de miles de negocios. “Imposible, tío, es imposible”, me repetía cada vez más quemado. Entre la web del ministerio, los calendarios de plazos, las condiciones ocultas y los constantes cambios, acabó tirando la toalla. Y ojo, que Xavi no es precisamente de los que se rinden rápido.

Pero me temo que es más que una sensación. Por lo que cuentan y por los datos, más del 70% de los autónomos no llega nunca a ver un solo euro de esas ayudas milagrosas. El papeleo, la falta de información clara y los requisitos absurdos hacen que la mayoría se quede fuera o pida favores a gestores que cobran por tramitar lo que debería ser automático. Al final, lo único que se digitaliza es la frustración. Muchos acaban como mi amigo y yo, preguntándose si esto solo pasa aquí o si en otros sitios lo han resuelto mejor.

Yo, a la vista de lo que dice el Tribunal de Cuentas Europeo, me parece que es un fenómeno bastante local. Es difícil saberlo con exactitud, pero las cifras españolas superan incluso a otras realidades europeas. Tenemos que la burocracia y la falta de agilidad administrativa constituyen un cuello de botella endémico. El Tribunal de Cuentas Europeo ha advertido sobre la lentitud en la ejecución de los fondos y los riesgos de no lograr los objetivos marcados.

Y mientras tanto, Xavi sigue furioso y yo sigo sin ver un euro de unas ayudas que contaba con ellas. Está claro, así no llegamos a ningún lado. O alguien desde arriba se toma en serio simplificar todo este disparate, o los fondos y las buenas intenciones acabarán en el cajón del olvido, como tantas cosas en este país.