Después de la crisis económica de 2008, las mayorías sociales y políticas se han alterado en muchas de las llamadas democracias occidentales. Los grandes bloques sociales —conservadores y progresistas— que han configurado los mapas de representación pública en las últimas décadas están siendo cuestionados. Han surgido nuevas voces desde dentro de cada espacio. Esta realidad ha provocado una gran fragmentación, incluso en países con sistemas mayoritarios. El Reino Unido es un buen ejemplo de las divisiones internas en los bloques conservador y laborista, y de sus repercusiones. La pregunta que surge es: ¿a quién benefician los bloqueos políticos que se mantienen?
Observo con satisfacción y preocupación que, dependiendo de dónde esté puesto el foco, hay más o menos bloqueo. La aprobación de los presupuestos es un buen ejemplo: en aquellas instituciones con escaso seguimiento mediático —consejos comarcales, diputaciones, áreas metropolitanas— todo el mundo se aplica a trabajar por aprobaciones positivas, ya sea mediante abstenciones o votos favorables. Tal vez los extremos aún no estén tan presentes. Pero este pensamiento se desvanece cuando lo trasladamos a las instituciones con mayor exposición pública, especialmente si los extremos tienen voz explícita. Tengo la percepción de que, salvo algunos debates sobre fiscalidad, presión fiscal y su repercusión presupuestaria, así como sobre las capacidades de aumento de la deuda, los márgenes de discusión son escasos pero eternos. Sin embargo, nos hemos emplazado a caminos de bloqueo de incierta gloria. ¿A quién beneficia no disponer de presupuestos en tiempo y forma?
La lógica histórica era no dar instrumentos de acción a los respectivos gobiernos. Con las actuales fragmentaciones parlamentarias y consistoriales, empiezo a dudar de que esa lógica sea útil. Creo que los bloqueos benefician a quienes aún no se han sentado a la mesa del comedor o de la cocina para hacer lo más familiar. Las viejas trifulcas, añejas y conocidas, pero de resolución filosóficamente imposible, están desgastando a los comensales tradicionales y podrían llevarnos a nuevos platos y comensales y tal vez nuevos lugares. Quizá el adversario —que jamás debe ser considerado enemigo— no esté enfrente, sino agazapado detrás.
Los viejos bloques sociológicos que se configuraron en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, y en España tras el inicio de la democracia, están cortocircuitados. ¿Siguen vigentes los valores de democracia, justicia social, libertad, tolerancia, equidad, libre empresa? La nueva gobernanza debería comenzar por señalar las coincidencias. Normalmente, empezamos por las discrepancias. ¿Qué pintamos primero? No olvidemos que hay que pintar toda la casa, que tenemos el presupuesto que tenemos, y que debemos avanzar por fases, sin duda. Los calendarios esconden grandes trampas. Si olvidamos hablar con quienes también quieren pintar la casa, y no priorizamos en positivo y con planificación, podríamos encontrarnos todos en el descansillo.
Es posible que los llamados bloques centrales puedan consensuar —si saben hacerlo— y que los bloqueos de minoría pierdan fuerza. Los extremos viven de los miedos, que funcionan y están funcionando bien en las galerías, pero tienen dudosa eficacia para resolver los problemas prácticos de la vida cotidiana. Temas como inmigración, vivienda, género, movilidad, lenguas, están en la agenda de una Europa con miedo y mucha angustia existencial identitaria. Aunque las respuestas que se ofrecen parezcan fáciles y rápidas, la realidad es más tozuda.
Todos los temas antes citados —y otros que podríamos añadir— deben romper inercias, tabúes, apriorismos y décadas de debates sin resolver las necesidades básicas. Los futuros guiones aritméticos nos llevarán a hacerlo si continuamos creyendo en los valores antes citados; empezar ahora es abrir caminos de futuro. Como dijo el poeta: “Se hace camino al andar”. Como se decía, malos tiempos para la lírica. La solución de la mayoría de temas requiere tiempo. Tener la voluntad de hacer, es dotarnos de los instrumentos necesarios para afrontar esos retos con consistencia. Los presupuestos, marcos legales para hacer vivienda asequible, la seguridad ciudadana y otros que podemos añadir, son indicativos de que las gobernanzas positivas aún tienen sentido. La proclama de que “cuanto peor, mejor” es suicida para el conjunto de la ciudadanía y de la Europa que todos queremos mantener.
