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Sílvia Orriols, en un mitin

Sílvia Orriols, en un mitin Cedida

Pensamiento

La gobernabilidad de Cataluña

"El riesgo es entrar en una espiral donde la política se convierte en un juego de suma cero, incapaz de dar respuesta a los problemas reales de la ciudadanía, y donde la gobernabilidad quede supeditada a la lógica del conflicto"

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El auge de formaciones de corte radical-ultranacionalista, como Vox y Aliança Catalana, supone la polarización política en Cataluña y puede tener múltiples consecuencias que trasciendan lo estrictamente electoral: pueden terminar afectando a la gobernabilidad, la cohesión social y tensionando las instituciones.

Ejemplo de polarización y ruido fue ver el pasado viernes noche el programa Aquí parlem, en La2. Los participantes nos dieron un ejemplo de en lo que se convierte la política cuando los gritos y las descalificaciones sustituyen al debate democrático. A destacar el enfrentamiento entre Vox y Aliança Catalana, un PP intentando no ser superado por Vox y las dudas de la representante de Junts, que no sabía en qué “bando” debía situarse. Fue un verdadero despropósito, un espectáculo grotesco y a la vez preocupante.

El incremento significativo del voto a fuerzas extremistas radicales fragmenta aún más el panorama político catalán, dificultando la formación de mayorías estables. La gobernabilidad se convierte en un reto difícil de alcanzar, ya que las coaliciones tradicionales —basadas en acuerdos entre partidos de centroizquierda o centroderecha— pierden viabilidad. La presencia de organizaciones políticas que rehúyen el consenso y apuestan por discursos maximalistas, introduce un elemento de bloqueo en el Parlament, que nos acerca a posibles repeticiones electorales o gobiernos en minoría con escasa capacidad de acción.

La polarización erosiona el espacio del centro político, dificultando el diálogo y negociación. Junts es uno de los principales afectados, ante la propuesta de los partidos democráticos de construir un cordón sanitario a la ultraderecha. Lo cual genera un profundo desconcierto entre sus bases y sus alcaldes ante la proximidad de las municipales. Confusión entre los que piensan que les perjudicaría cualquier tipo de aproximación a los de Orriols, y aquellos que plantean estrategias de acercamiento y colaboración para hacer frente a la amenaza que supondría el avance de las fuerzas de izquierda.

Analicemos brevemente cómo la polarización afecta negativamente a la búsqueda de soluciones de algunas de las preocupaciones de la ciudadanía.

En Cataluña, partidos como PP, Vox, Junts y Aliança Catalana tienen todo el derecho a presentar propuestas razonables con relación al hecho migratorio, pero plantearlo en términos de criminalización de los emigrantes, termina alimentando la radicalización con propuestas de tonos racistas y xenófobos.

La polarización también se alimenta del enfrentamiento identitario. Vox intensifica su discurso fuertemente centralizador y contrario al autogobierno, arrastrando al PP a sus posiciones. En el otro extremo, Aliança Catalana apuesta por una independencia unilateral, que refuerza el componente etno-excluyente del nacionalismo. Ambas posiciones contribuyen a enfrentar a la ciudadanía, dificultando la convivencia y generando la aparición de conflictos sociales, tanto en el espacio público como en el ámbito institucional.

La desaparición o debilitamiento del centro político genera un escenario donde la confrontación se convierte en el motor principal del debate público. Lo cual deriva en un clima político crispado, con nula disposición al pacto, dificultando abordar cuestiones como la sanidad, educación, infraestructuras o política fiscal, que sin duda requieren la búsqueda de soluciones consensuadas.

Además, en términos de políticas públicas –que buscan el bien común, mejorar la calidad de vida y garantizar derechos –, la polarización puede traducirse en parálisis. La necesidad de negociar constantemente con partidos que condicionan su apoyo a medidas extremas impide avanzar en reformas estructurales y deteriora la eficacia del autogobierno catalán. Esto genera frustración entre la ciudadanía y puede alimentar un círculo vicioso: el desencanto con las instituciones impulsa a más votantes hacia opciones radicales que prometen soluciones rápidas, aunque sean inviables.

En el plano económico, la incertidumbre política derivada de la ingobernabilidad puede erosionar la confianza de inversores y empresas y terminar perjudicando la creación de empleo. La percepción de un territorio afectado por la confrontación política permanente también puede dañar su imagen exterior, limitando su capacidad de atracción de talento y de proyección internacional.

En definitiva, la polarización en Cataluña no solo dificulta la estabilidad parlamentaria, sino que también debilita los mecanismos de consenso democrático, erosiona la cohesión social y genera un clima de enfrentamiento. El riesgo es entrar en una espiral donde la política se convierte en un juego de suma cero, incapaz de dar respuesta a los problemas reales de la ciudadanía, y donde la gobernabilidad quede supeditada a la lógica del conflicto en lugar de al interés común. El nacionalismo impregnado de xenofobia presenta su cara más agresiva y menos dada a la negociación y el pacto.

¿Como se hace frente a esta amenaza y sus posicionamientos autoritarios, demagógicos y antidemocráticos?

No son pocos los demócratas que empiezan a darse cuenta de que es hora de abandonar las cómodas y confortables descalificaciones genéricas: xenófobo, tránsfobo, nazi, etcétera. Corresponde a todos los demócratas intentar recuperar la relación con la realidad, entender las causas del malestar y explicar el porqué del crecimiento de las nuevas derechas populistas. No basta con recurrir por enésima vez el recurso al miedo y al retorno de los bárbaros.

¿Se pueden abordar hoy nuestras discrepancias desde el diálogo  y con discursos propositivos? Sin duda habría que intentarlo para evitar que negros nubarrones se ciernan sobre Cataluña